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sábado, 4 de mayo de 2019

El museo de la muerte (por Robert Rivas)


Una guerra que con la misma facilidad con que se me
había vuelto material y natural, ahora se me olvidaba a
grandes saltos

Ese lugar en el que habían acumulado
los muertos
Algunos cajones colgaban todavía de los garfios
con los que o bien los iban metiendo
o los habían estado arrancando de la tierra gris
que era imposible pensar que albergase algo

Con sogas gruesas y peludas, las maderas hinchadas
y curvadas por la humedad
como si todos los muertos hubiesen engordado
en sus cajones

Era una escena de perpetuidad
porque allí nadie trabajaba ni había
personal alguno en las garitas u oficinas
sin puertas ni ventanas
abandonadas

Pero al acercarnos pudimos apreciar que eran muy pocos
los 'afortunados' que todavía ocupaban un cajón
o lo que quedaba de él -como si éstos tuviesen al menos algo-
mientras que todo el terreno de por sí completamente
desparejo
estaba sembrado de cuerpos cuya rigidez, cuya
variedad de posiciones de la muerte
convertía este museo en una obra
de arte involuntaria, la mayor que hayamos
visto y, salvo por algún prodigio de la naturaleza,
la mayor que veríamos en el resto de nuestras vidas

Todos esos cadáveres parecían formar parte
de un conjunto -como si se dijera:
"el real museo de la muerte y de sus alrededores"

porque muchos de ellos se notaba, a pesar
de que casi todos estaban desnudos parcial o totalmente,
que no eran soldados ni ninguna clase de combatientes,
tampoco estaban en filas o apilados en cualquier orden

Era un enjambre de cuerpos en algunos lugares
y, en otros, cuerpos sueltos, como si se hubiesen
caído al ser transportados en alguna clase de vehículo
para transportar cadáveres,
cuerpos más largos, cuerpos de niños

no hablamos aquí de los sonidos
-que merecerían un interminable relato, porque
había diversas maneras del ulular, de sordísimas sirenas,
el sonido de la niebla y del humo mojado,
de los vacíos de los sonidos-
ni mucho menos de los olores
o del resto de las sensaciones
que se entremezclan a la vez que se desgarran
y cuya parálisis
parecía afectarlo todo excepto la facultad
de pispear apenas
que adquiere el ojo humano
cuando lo mirado supera
-amplia, muy ampliamente-
la capacidad de absorción
del material visual

Y por cierto cundían los desniveles del terreno,
los fosos amplios
se alternaban con los frustros
sin terminar
como si en determinado momento
se hubiese interrumpido toda la compleja operación
de traer y enterrar
y como si hubiese dejado
de importar no sólo
cómo se llevaba a cabo esa operación
sino que también su propósito general
se hubiese extraviado
en medio de tanto extravío

Y la gran quietud que se había instalado
antes de que llegásemos nosotros
-no había pájaros, ni gatos, ni perros,
ninguna traza de humanidad-
logró permanecer
y los únicos movimientos correspondían
a las ratas
y al invisible pero cierto
trabajo de moscas, polillas, escarabajos,
avispas, hormigas y gusanos

que mucho después supe que un científico
había bautizado como "las escuadrillas de la muerte"

(no había por dónde entrar a ese espacio,
no había tampoco por dónde salir,
se podía acercarse o alejarse
cuando se podía
porque este museo también convoca
a ciertos estados de la mente
destinados
por cierto
justamente
a aislarnos del exceso de realidad)

Ahora pienso:
¿qué clase de luz ilumina un lugar como ése?,
¿qué clase particular de pasos se dan en un territorio
tomado por cadáveres?

Promesas, anhelos, rencores, aflicciones,
placeres, ideas, deberes...

Ninguna vana reflexión abría sus alas

Tal vez hubiese resultado siniestro su aleteo-

Yacen sobre ciudades hundidas
y son los cimientos de ciudades por venir
El porvenir, en efecto, ¿con qué hilos no deja de tejerse?
¿Con qué otros hilos podría contar
que con los hilos de la muerte prometida,
que son los hilos de la vida misma?

Allí era muy difícil conservar
la idea por tanto tiempo acariciada
de la muerte como alivio, por ejemplo

como fin de las penas y del amplio abanico
de los sufrimientos humanos

No, el museo de la muerte semejaba la refutación
definitiva de esa idea
así como de muchas muchas otras
que habíamos tenido
o que nos habían enseñado a tener

Hay, probablemente, que atesorar
los sueños mientras se puede tenerlos
(se susurra sin darse cuenta)

Lo que resultaba monstruoso
en ese ámbito
era precisamente lo que nos sostenía
en el otro (tentación de decir,
absurdamente, 'el nuestro'):
las caricias
en todas sus formas,
su señal

el lenguaje cargado al máximo
de inanidad
y de sentido
de las caricias

y solamente
eso



4 comentarios:

TóTUM REVOLùTUM dijo...

Dejar de vivir no admite otro grado mayor, no permite un paso más. La ausencia de vida es el nivel máximo, la culminación de algo. Ningún muerto está más que muerto. Ningún muerto está muertísimo.

(RAFAEL BALDAYA)

Lloviendo amares dijo...

La muerte del poeta fue ocultada a sus poemas.

(AUDEN)

Cide Hamete Benengeli dijo...

"Tú que puedes, vuélvete",
me dijo el río llorando.
"Los cerros que tanto quieres
allá te están esperando".

todo está en Borges dijo...

Soy tan ignorante que ni siquiera sé la fecha de mi muerte.

(BORGES)