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martes, 7 de mayo de 2019

Yo atravieso las calles desalmado (por Jorge Luis Borges)


Anuncios luminosos tironeando el cansancio.
Charras algarabías
entran a saco en la quietud del alma.
Colores impetuosos
escalan las atónitas fachadas.
De las plazas hendidas
rebosan ampliamente las distancias.
El ocaso arrasado
que se acurruca tras los arrabales
es escarnio de sombras despeñadas.
Yo atravieso las calles desalmado
por la insolencia de las luces falsas
y es tu recuerdo como un ascua viva
que nunca suelto
aunque me quema las manos.



4 comentarios:

TóTUM REVOLùTUM dijo...

y una mañana gris
al abrazarnos
sentimos un crujido
frio y seco
cerramos nuestros ojos y pensamos

Se nos rompió el amor
de tanto usarlo.

Isidoro Capdepón dijo...

De alguien eres, tal vez, el amor imposible.

Fuego de palabras dijo...

Leo
"las redes sociales son virtuales pero el daño es real"
leo
acoso grooming hostigamiento amenazas persecución ensañamiento suicidio
leo
"¿Qué es la realidad?"
leo
"Los chicos recurren a estas redes cuando no encuentran referentes de carne y hueso"
me pregunto
qué son la carne y los huesos
qué son los referentes
qué sin la conciencia y sin los límites
leo
"Lo ideal sería que no hubiese consumidores de espacios"
me pregunto
se puede distinguir entre consumos
qué difiere entre consumir espacios consumir sustancias consumir materia consumir recetas consumir ideas
qué sería por lo tanto "lo ideal"
leo
"Lo que pasa en Internet es tan real como lo que ocurre en el espacio físico"
leo
"Las consecuencias pueden ser muy graves"
me pregunto
qué son las consecuencias
ideas o efectos materiales
"¿Qué es la realidad?" esta vez se preguntaban Oliveira y los miembros de "el club" mientras Rocamadour yacía muerto en la cama desde hacía varias horas
ficción realidad rayuela
qué mundo de mentiras construimos con el único propósito de llegar al cielo



(Claudio Portiglia)

Lloviendo amares dijo...

La lluvia ha cesado, y la luna ha salido.
No entiendo nada de las ondas de radio.
Pero creo que se transmiten mejor justo
después de llover, cuando el aire está húmedo.
En cualquier caso, ahora puedo coger Ottava, si quiero,
o Toronto. Últimamente, de noche, me sorprendo
ligeramente interesado por la política canadiense
y sus asuntos internos. Es verdad. Pero normalmente
lo que buscaba era sus emisoras con música. Me siento
aquí en la butaca y escucho, sin tener nada que hacer,
o pensar. No tengo televisor, y dejé de leer
los periódicos. De noche pongo la radio.
Cuando escapé aquí trataba de alejarme
de todo. Especialmente de la literatura.
De lo que ella entraña, y de lo que trae a rastras.
Hay en el alma un deseo de no pensar.
De estar quieto. Emparejado con éste,
un deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
Pero el alma también es una afable hija de puta
no siempre de fiar. Y olvidé eso.
Escuché cuando dijo: Mejor cantar a lo que se ha ido
y nunca volverá que a lo que aún sigue
con nosotros y estará con nosotros mañana. O no.
Y si no, también está bien.
Tampoco importa demasiado, dijo, si un hombre nunca canta.
Esa es la voz que escuché.
¿Puede imaginarse que alguien piense cosas así?
¡Qué absurdo!
Pero tengo estas estúpidas ideas de noche
cuando me siento en la butaca y oigo la radio.
Entonces, Machado, ¡su poesía!
Era como un hombrecillo mayor que se vuelve
a enamorar. Una cosa digna de observar,
y embarazoso, además.
Y llevo tu libro a la cama conmigo
y me duermo con él a mano. Un tren pasó
en mis sueños una noche y me despertó.
Y lo primero que pensé, el corazón acelerado
allí en el dormitorio a oscuras, fue esto:
Todo es perfecto, Machado está aquí.
Entonces me volví a dormir.
Hoy llevé tu libro conmigo cuando salí
a dar mi paseo. “¡Presta atención!” -decías,
cuando alguien preguntó qué hacer con su vida.
Conque miré alrededor y tomé nota de todo.
Luego me senté al sol, en mi sitio
de junto al río desde donde puedo ver las montañas.
Y cerré los ojos y escuché el sonido
del agua. Luego los abrí y me puse a leer
«Abel Martín».
Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
Y espero, incluso cara a lo que sé de la muerte,
que recibirás el mensaje que pretendo enviarte.
Pero está bien aunque tú no lo recibas. Que duermas bien.
Descansa. Antes o después espero que nos veamos.
Y entonces yo podré decirte estas cosas directamente.

(Raymond Carver)