viernes, 19 de febrero de 2010
Lo que podría haber sido (por Fernando Pessoa)
La muchacha inglesa, una rubia tan joven, tan buena
que quería casarse conmigo...
Qué pena no haberme casado con ella... Habría sido feliz.
¿Pero cómo sé que habría sido feliz?
¿Cómo puedo saber algo sobre lo que habría sido de lo que habría sido,
que es lo que nunca fui?
Hoy me arrepiento de no haberme casado con ella,
sobre todo por la hipótesis de poder arrepentirme de haberme casado con ella.
Y así es todo arrepentimiento, y el arrepentimiento es abstracción pura.
Causa una cierta disconformidad pero también trae consigo un cierto sueño...
Sí, aquella muchacha fue una oportunidad de mi alma.
Hoy es el arrepentimiento el que se aparta de mi alma.
¡Santo Dios!, ¡cuántas complicaciones por no haberme casado con una inglesa que ya debe haberme olvidado...!
¿Pero si no lo ha hecho? Si (porque es posible) me recuerda aún y es constante
(me disculpo por ser feo, porque los feos también son amados ¡y a veces por mujeres!),
si no me olvidó y aún me recuerda…
Esto, realmente, es ya otra especie de arrepentimiento. Y hacer sufrir a alguien no puede olvidarse.
Pero, al final, esto son simples conjeturas de la vanidad.
Bien habrá ella de recordarme, con su cuarto hijo en brazos,
recostada sobre el “Daily Mirror” viendo a “Pussy Maria”.
Mejor, al menos, pensar que es así.
Es un cuadro de casa inglesa suburbana, es un buen paisaje íntimo de cabellos rubios,
y los remordimientos son sombras...
En todo caso, si es así, queda un regusto de celos.
El cuarto hijo de otro, el “Daily Mirror” en la otra casa. Lo que podría haber sido...
Sí, siempre lo abstracto, lo imposible, lo irreal y perverso:
lo que podría haber sido.
Comen mermelada a las once en Inglaterra...
Tomo venganza en toda la lengua inglesa de ser un pequeño portugués.
¡Ah, pero aún veo tu mirar realmente tan sincero como azul
mirándome como a otro niño...!
Y no es con la canción de la sal del verso como te borro de la imagen
que tienes en mi corazón;
no te disfrazo, mi único amor, y nada quiero de la vida.
que quería casarse conmigo...
Qué pena no haberme casado con ella... Habría sido feliz.
¿Pero cómo sé que habría sido feliz?
¿Cómo puedo saber algo sobre lo que habría sido de lo que habría sido,
que es lo que nunca fui?
Hoy me arrepiento de no haberme casado con ella,
sobre todo por la hipótesis de poder arrepentirme de haberme casado con ella.
Y así es todo arrepentimiento, y el arrepentimiento es abstracción pura.
Causa una cierta disconformidad pero también trae consigo un cierto sueño...
Sí, aquella muchacha fue una oportunidad de mi alma.
Hoy es el arrepentimiento el que se aparta de mi alma.
¡Santo Dios!, ¡cuántas complicaciones por no haberme casado con una inglesa que ya debe haberme olvidado...!
¿Pero si no lo ha hecho? Si (porque es posible) me recuerda aún y es constante
(me disculpo por ser feo, porque los feos también son amados ¡y a veces por mujeres!),
si no me olvidó y aún me recuerda…
Esto, realmente, es ya otra especie de arrepentimiento. Y hacer sufrir a alguien no puede olvidarse.
Pero, al final, esto son simples conjeturas de la vanidad.
Bien habrá ella de recordarme, con su cuarto hijo en brazos,
recostada sobre el “Daily Mirror” viendo a “Pussy Maria”.
Mejor, al menos, pensar que es así.
Es un cuadro de casa inglesa suburbana, es un buen paisaje íntimo de cabellos rubios,
y los remordimientos son sombras...
En todo caso, si es así, queda un regusto de celos.
El cuarto hijo de otro, el “Daily Mirror” en la otra casa. Lo que podría haber sido...
Sí, siempre lo abstracto, lo imposible, lo irreal y perverso:
lo que podría haber sido.
Comen mermelada a las once en Inglaterra...
Tomo venganza en toda la lengua inglesa de ser un pequeño portugués.
¡Ah, pero aún veo tu mirar realmente tan sincero como azul
mirándome como a otro niño...!
Y no es con la canción de la sal del verso como te borro de la imagen
que tienes en mi corazón;
no te disfrazo, mi único amor, y nada quiero de la vida.
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4 comentarios:
Al buen amar nunca le falta qué dar.
Sólo puede amar el corazón que no busca la posesión ni la victoria.
Con gente pedante, no estés ni un instante.
Toda la importancia que damos a lo accesorio se la quitamos a lo principal.
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