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martes, 24 de febrero de 2015

Balada del ausente (por Juan Carlos Onetti)


Entonces no me des un motivo por favor.
No le des conciencia a la nostalgia,
la desesperación y el juego.
Pensarte y no verte,
sufrir en ti y no alzar mi grito,
rumiar a solas, gracias a ti, por mi culpa,
en lo único que puede ser
enteramente pensado,
llamar sin voz porque Dios dispuso
que si Él tiene compromisos,
si Dios mismo le impide contestar
con dos dedos el saludo
cotidiano, nocturno, inevitable,
es necesario aceptar la soledad,
confortarse hermanado
con el olor a perro, en esos días húmedos del sur
en cualquier regreso,
en cualquier hora cambiable del crepúsculo,
tu silencio
y el paso indiferente de Dios que no ve ni saluda,
que no responde al sombrero enlutado,
golpeando las rodillas,
que teme a Dios y se preocupa
por lo que opine, condene, rezongue, imponga.
No me des conciencia, grito, necesidad ni orden.
Estoy desnudo y lejos, lo que me dejaron.
Giro hacia el mundo y su secreto de musgo,
hacia la claridad dolorosa del mundo
desnudo, solo, desarmado,
bamboleo mi cuerpo enmagrecido,
tropiezo y avanzo,
me acerco tal vez a una frontera,
a un odio inútil, a su creciente miseria,
y tampoco es consuelo
esa dulce ilusión de paz y de combate
porque la lejanía
no es ya, se disuelve en la espera
graciosa, incomprensible, de ayudarme
a vivir y esperar.
Ningún otro país y para siempre.
Mi pie izquierdo en la barra de bronce
fundido con ella.
El mozo que comprende, ayuda a esperar, cree lo que ignora.
Se aceptan todas las apuestas:
Eternidad, infierno, aventura, estupidez
Pero soy mayor,
ya ni siquiera creo
en romper espejos
en la noche
y lamerme la sangre de los dedos
como si la hubiera traído desde allí,
como si la salobre mentira se espesara,
como si la sangre, pequeño dolor filoso
me aproximara a lo que resta vivo, blando y ágil.
Muerto por la distancia y el tiempo
y yo la, lo pierdo, doy mi vida,
a cambio de vejeces y ambiciones ajenas
cada día más antiguas, suciamente deseosas y extrañas.
Volver y no lo haré, dejar y no puedo.
Apoyar el zapato en el barrote de bronce
y esperar sin prisa su vejez, su ajenidad, su diminuto no ser.
La paz y después, dichosamente, en seguida, nada.
Ahí estaré. El tiempo no tocará mi pelo, no inventará arrugas, no me inflará las mejillas.
Ahí estaré esperando una cita imposible, un encuentro que no se cumplirá.

4 comentarios:

david c. dijo...

Todo un lujo este Onetti poeta, cuando creíamos que solo era narrador.

Cide Hamete Benengeli dijo...

Nadie plante su viña
junto a un camino
porque todo el que pasa
coge un racimo.
Y de ese modo
se la van vendimiando
sin saber cómo.

hAiKu dijo...

Mil cañerías,
cloacas, tubos, cables...
Tripas del suelo.

(CUQUI COVALEDA)

Fuego de palabras dijo...

Vivimos en el borde de las cosas

buscando vanamente no tocar el dolor.

Creemos que los bordes son una suerte

de corredor / esa distancia que nos pone a salvo.

Lo cierto es que en los bordes reside la tiranía de las cosas;

ellas ejercen allí y sólo desde allí

su pequeño y mortífero poder:

obligarnos a seguir su forma.



(LAURA PONCE)