tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que sólo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.
Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Contribuyo a tapizar de ausencia todo.
Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.
5 comentarios:
Durante toda mi vida he tenido conciencia de otros tiempos y de otros lugares. He sido consciente de la existencia de otras personas en mi interior. Y créanme, lectores, lo mismo les ha sucedido a ustedes. Regresen mentalmente a su niñez, y recordarán esta conciencia de la que hablo como una experiencia propia de la infancia. En aquel momento no habían cobrado una forma fija, no habían cristalizado; eran aún plásticos, un alma fluctuante, una conciencia y una identidad en proceso de formación, de formación —¡ay!— y de olvido.
Han olvidado muchas cosas, queridos lectores, y, aun así, al leer estas líneas, recuerdan vagamente las brumosas visiones de otros tiempos y de otros lugares que presenciaron con ojos infantiles; hoy les parecen sueños. Sin embargo, aun siendo sueños, por tanto, ya soñados, ¿de dónde surge su materia? Nuestros sueños se componen de una grotesca mezcla de cosas ya conocidas. La esencia de nuestros sueños más puros es la esencia de nuestra experiencia. Cuando ustedes eran tan solo niños soñaron que caían desde grandes alturas; soñaron que volaban por el aire como vuelan los seres alados; les acosaron arañas de innumerables patas y demás criaturas salidas del fango; oyeron otras voces, vieron otras caras inquietantemente familiares, y contemplaron amaneceres y ocasos distintos a los que hoy, al mirar atrás, saben que alguna vez contemplaron.
(JACK LONDON)
De niño, Theodore, pasaste largas horas sentado
a orillas del turbio Spoon,
la mirada fija en la madriguera del cangrejo,
esperando que asomara y se arrastrara afuera,
primero sus antenas ondulantes como paja de heno,
luego su cuerpo color de jabón
adornado con ojos de azabache.
Te preguntabas hipnotizado
qué sabía, qué deseaba, por qué vivía.
Más tarde volviste la mirada hacia los hombres y las mujeres
ocultos en las madrigueras de las grandes ciudades,
esperando a que salieran sus almas
para ver
cómo vivían, para qué,
por qué seguían arrastrándose tan afanosos
por el arenoso camino donde escasea el agua
en el declive del verano.
(EDGAR LEE MASTERS)
Así en la iglesia como en el Gólgota
ganaron los ladrones:
dos a uno.
(ROQUE DALTON)
Los días son lluviosos. Mañana entraremos en el mes de diciembre y habrán pasado cincuenta y cinco años desde la fuga de Dora. La noche cae pronto y es preferible: borra el tono gris y la monotonía de estos días de lluvia en los que uno se pregunta si en verdad existe el día o si se trata más bien de un estado intermedio, una suerte de eclipse sombrío, que se prolonga hasta primeras horas de la tarde. Entonces, las farolas, los escaparates, los cafés se iluminan, el aire de la noche es más vivo, el contorno de las cosas es más preciso, hay embotellamientos en los cruces, la gente se apresura en las calles. y en medio de todas esas luces y de esa agitación, me cuesta creer que me encuentro en la misma ciudad donde residían Dora Bruder y sus padres, y también mi padre, cuando tenía veinte años menos de los que yo cuento ahora. Tengo la impresión de ser el único en establecer el vínculo entre el París de aquel tiempo y el de hoy, el único que se acuerda de todas esas minucias. En algunos momentos, el vínculo se adelgaza y está a punto de romperse; pero algunas noches la ciudad de ayer se me aparece con reflejos furtivos detrás de la de hoy.
(PATRICK MODIANO)
Los curas y taberneros
son de la misma opinion:
cuantos más bautizos hacen,
más cuartos van al cajon.
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