Aunque la casa que amamos y la calle que nos encantó se pierdan,
cada vez que la tierra recorra su órbita
en la noche en que se atraviesa el equinoccio de otoño
dos estrellas que sabíamos, posadas en el pico de la medianoche
llegarán a su cénit. Profunda será la quietud.
Habrá estrellas sobre el lugar por siempre.
Habrá estrellas por siempre, mientras nosotros dormimos.
4 comentarios:
Nada se irá del todo
Podrá cambiar
mutar
mudar
podrá licuarse
evaporarse
podrá mezclarse
disolverse
Pero irse del todo... no.
Pablo, me gusta mas tu comentario que el propio poema
Mitificar a alguien no implica tanto exagerar sus virtudes como eliminar sus defectos.
Simplemente me son indistintas las sonrisas del verano,
y no busco ningún misterio en el invierno,
pero he observado casi con seguridad
tres otoños en cada año.
El primero es un desorden de la fiesta
a pesar del verano de ayer,
vuelan las hojas como trozos de un cuaderno;
todo es húmedo, abigarrado y claro.
Los abetos son los primeros que entran en danza,
echando sobre sí un transparente adorno,
sacudiendo deprisa las lágrimas momentáneas
a una vecina detrás de la cerca.
Así sucede apenas comienza el relato...
Un segundo, un minuto, y aquí
viene el segundo, sin pasiones, como la conciencia,
oscuro como un ataque de aviones.
Todos en seguida parecen más pálidos y mayores.
Está saqueada la comodidad del verano,
y de las trompetas de oro las marchas lejanas
entre una neblina olorosa flotan.
Por las frías olas de su incienso
está cerrada la alta bóveda;
pero se esforzó el viento, se abrió el espacio y entonces
se hizo comprensible a todos: termina el drama,
y esto ya no es el tercer otoño, sino la muerte.
(Anna Ajmátova)
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