Espero lo imperfecto
al acercar mis manos hacia el mundo,
cuando toco los bordes del alféizar
que se abre agrietado a otra mañana
y se cuela en el cuarto el disonante
voltear de campanas y sus ecos
de metal y de viento fundidos en la altura.
Espero lo imperfecto
si giro la cabeza para mirar tu rostro,
surco limpio en las sábanas, amor aún dormido,
y siento ese tumulto de palabras escritas
que nos dejó la noche en los estantes.
También en esos gajos de naranja
que dispongo a la mesa de nuestro desayuno,
y en la ropa arrugada, de verano,
que viste ahora mi prisa
al bajar la escalera que me aleja de ti.
Mientras buscan mis ojos
en los árboles quietos algún brillo de aurora
o cuando trato en vano de distinguir las voces
que aceleran mis pasos por la calle,
y sobre todo al verme ya vuelta multitud
entre los que caminan,
tan manchada como ellos de miedo y de esperanza,
espero simplemente lo imperfecto:
que una vez más me roce su trazo de belleza,
irremediablemente humano.
2 comentarios:
Nada es eterno ni completo ni perfecto
El premio natural de mi distanciamiento de la vida ha sido la incapacidad, que he creado en los demás, de sentir conmigo. En torno a mí hay una aureola de frialdad, un halo de hielo que repele a los demás. Todavía no he conseguido no sufrir con mi soledad. Tan difícil es conseguir esa distinción de espíritu que permite al aislamiento ser un reposo sin angustia. Nunca he concedido crédito a la amistad que me han mostrado, como no lo habría concedido al amor, si me lo hubiesen mostrado, lo que, además, sería imposible. Aunque nunca haya tenido ilusiones respecto a quienes se decían mis amigos, he conseguido siempre sufrir desilusiones con ellos: tan complejo y sutil es mi destino de sufrir. Nunca he dudado que todos me traicionasen; y me he asombrado siempre que me han traicionado. Cuando llegaba lo que yo esperaba, era siempre inesperado para mí.
(PESSOA)
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