martes, 2 de febrero de 2010
En las horas oscuras (por Vicente Gallego)
En las horas oscuras
que van creciendo en nuestras vidas
al igual que la noche se alarga en el invierno,
en esas horas, a menudo,
una imagen tenaz y hermosa me consuela.
Regreso hasta una playa de otro tiempo,
todavía cercano. Es un día precioso
de final de septiembre, brilla el mar
con su estructura lenta, sugestivo y exacto
como un cuchillo. Quedan
unos cuantos bañistas a esa hora
dudosa de la tarde, y no estoy solo,
un grupo de muchachas me acompaña,
el sol dora sus cuerpos de diecisiete años,
y es ya fresca la brisa, y en sus nucas
la humedad reaviva el aroma a colonia.
Y la tarde transcurre dulcemente,
mas sin gloria especial, y las muchachas ríen,
y me dan su alegría, aunque no amo a ninguna,
y hay un aire de adiós en cada cosa:
en el mes avanzado, en los bañistas,
en el estío lento, en aquellas muchachas
que desconozco hoy, y en la luz de la playa.
Apuré aquel momento agradecido,
al igual que se goza un hermoso regalo,
en su dicha sereno, destinado a perderse
tras la felicidad frecuente de esos años.
Y ahora comprendo que en aquella tarde
algo más que belleza se ocultaba,
porque su luz me salva, muchas veces,
en las horas oscuras, y se empeña,
con una obstinación absurda que me asombra,
en volver a mis ojos y a mis días.
En las horas oscuras
una imagen tenaz y hermosa me consuela,
y me lleva al verano ya una tarde.
Y yo aún me pregunto por qué vuelve,
y qué es lo que perdí en aquella playa.
que van creciendo en nuestras vidas
al igual que la noche se alarga en el invierno,
en esas horas, a menudo,
una imagen tenaz y hermosa me consuela.
Regreso hasta una playa de otro tiempo,
todavía cercano. Es un día precioso
de final de septiembre, brilla el mar
con su estructura lenta, sugestivo y exacto
como un cuchillo. Quedan
unos cuantos bañistas a esa hora
dudosa de la tarde, y no estoy solo,
un grupo de muchachas me acompaña,
el sol dora sus cuerpos de diecisiete años,
y es ya fresca la brisa, y en sus nucas
la humedad reaviva el aroma a colonia.
Y la tarde transcurre dulcemente,
mas sin gloria especial, y las muchachas ríen,
y me dan su alegría, aunque no amo a ninguna,
y hay un aire de adiós en cada cosa:
en el mes avanzado, en los bañistas,
en el estío lento, en aquellas muchachas
que desconozco hoy, y en la luz de la playa.
Apuré aquel momento agradecido,
al igual que se goza un hermoso regalo,
en su dicha sereno, destinado a perderse
tras la felicidad frecuente de esos años.
Y ahora comprendo que en aquella tarde
algo más que belleza se ocultaba,
porque su luz me salva, muchas veces,
en las horas oscuras, y se empeña,
con una obstinación absurda que me asombra,
en volver a mis ojos y a mis días.
En las horas oscuras
una imagen tenaz y hermosa me consuela,
y me lleva al verano ya una tarde.
Y yo aún me pregunto por qué vuelve,
y qué es lo que perdí en aquella playa.
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13 comentarios:
Hay un aire de adiós en cada cosa. (Otra frase para mi antología).
Lo dulce halaga, pero mucho empalaga.
A los políticos, como los calzoncillos, hay que cambiarlos a menudo. Y por la misma razón.
La sidra quisiera ser champagne, pero no puede porque no ha viajado por el extranjero.
Nada hay en la mente que no haya estado antes en los sentidos.
(ARISTÓTELES)
Al pie del almendro estuve
y no le cogí la flor,
y así que me retiré
otro llegó y la cogió.
Fundar, inaugurar, empezar, proyectar es fácil. Lo verdaderamente difícil es continuar.
(XUAN BELLO)
Para librarte de las moscas, no te refugies en un avispero.
(proverbio indonesio)
Incluso el agua
deforma la cuchara
que hay en el vaso.
(RAFAEL BALDAYA)
Ningún ejército puede detener una idea a la que le ha llegado su momento.
(HUGO)
Tengo la monomanía
que cuando voy por la calle
todas las mozas son mías.
El fotógrafo dispara sobre un recuerdo que aún no existe.
(ELÍAS MORO)
El tiempo que pasa uno riendo, es tiempo que pasa con los dioses.
(proverbio nipón)
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