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sábado, 2 de octubre de 2010

Por los dolientes ecos (por Isabel Quiñones)

Llego con la cabeza de vigilia,
pura luz acosada, trashumante,
luz originaria, vegetal,
vengo con las manos adelgazadas
de nupcial vértigo de mayo,
del sueño lustral de la sed mordida,
de las constelaciones primeras.
Vengo del cristal más fijo de la tierra,
de la insumisión irreductible de la llama.
Traigo un torbellino de lenguas alzadas,
de cuerpos alzados y desnudos,
de buques de vuelo duro y fuerte,
traigo un idioma salvaje y oscuro,
un idioma acribillado en el labio
por los siglos de los siglos innumerables,
por los dolientes ecos de las generaciones,
por las miles de muertes muertas sin mí,
por los miles de ojos sangrando sin mí,
por las miles de sílabas
en las que arde mi nombre.


6 comentarios:

casa de citas dijo...

¿Hasta cuándo voy a ignorar vuestros nombres? ¡Qué inesperadas, qué resueltas, qué sencillas, las yerbas ignoradas!

(MUÑOZ ROJAS)

TóTUM REVOLúTUM dijo...

Las palabras son como los sacos. No se tienen en pie si están vacías.

ORáKULO dijo...


No sólo debemos cuidar el lenguaje. También debemos cuidarnos de él.

TóTUM REVOLúTUM dijo...


La solemnidad es el disfraz favorito de la nadería.

hAiKu dijo...

Nacionalistas
disfrazan su egoísmo
de idiosincrasia.

Lloviendo amares dijo...

Tú que protagonizaste

esos treinta segundos

—caminabas con dos maletas lilas

hacia una fila de taxis del aeropuerto—

eras la pieza que equilibra la torre.



En este jenga

donde diferentes colores han desaparecido

permanecen intactos

los hilos de las costuras

—esos treinta segundos—

de tus maletas lilas.



(INTI GARCÍA)