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lunes, 31 de enero de 2011

Opiario (por Fernando Pessoa)

Antes del opio mi alma está doliente.
Sentir la vida anima y debilita
y yo busco en el opio que consuela
un Oriente al oriente del Oriente.
Esta vida de a bordo ha de matarme.
Son días sólo de fiebre en la cabeza
y, por mucho que busque hasta enfermar,
no encuentro molde al que adaptarme.
En paradoja e incompetencia astral
vivo en surcos de oro mi vida,
ola donde el decoro es recaída,
los propios gozos, ganglios de mi mal.
Y por un mecanismo de desastres,
engranaje con rodamientos falsos,
camino entre visiones de cadalsos
en un jardín en el aire pero con flores.
Me voy tambaleando entre la labor
de una vida interior de encaje y laca.
Siento que tengo en casa la navaja
con que fue degollado el Precursor.
Ando arrastrando en la maleta un crimen
que cometió un abuelo mío por exigente.
Tengo los nervios de punta, de veinte en veinte,
y caí en el opio como en una zanja.
Al toque de morfina adormecido
me pierdo en transparecias palpitantes
y en una noche llena de brillantes
se levanta la luna como mi destino.
Mal estudiante siempre fui, y ahora
no hago más que ver partir la nave
por el Canal de Suez y conducir
mi vida de alcanfor en la aurora.
Perdí días que antaño aprovechara.
trabajé para tener sólo el cansancio
que es hoy en mí una especie de brazo
que en el cuello me oprime y me ampara.
Y fui niño, como todo el mundo.
Nací en una provincia portuguesa
y ya he conocido gente inglesa
que dice que sé inglés perfectamente.
Me agradaba tener poemas y novelas
publicadas por Plon y en el Mercure.
Mas imposible es que esta vida dure.
¡Si en este viaje ni hubo temporales!
La vida a bordo es una cosa triste,
aunque la gente se divierta a veces.
Hablo con alemanes, suecos e ingleses
pero mi pena de vivir persiste.
Creo que no vale la pena haber
ido al Oriente y visto la India y China.
La tierra es parecida y muy pequeña
y hay sólo una manera de vivir.
Por eso tomo opio. Es un remedio.
Soy un convaleciente del Momento.
Vivo en la planta baja del pensamiento
y ver pasar la vida me da tedio.
Fumo. Me canso. ¡Ah, una tierra, al fin,
en donde muy al este no fuese el oeste ya!
¿Para qué fui a visitar la India que hay
si no existe la India, sino el alma en mí?
Soy desgraciado por mi beneficio.
Los gitanos me robaron la Suerte.
Quizá no encuentre, ni junto a la muerte
un lugar que me abrigue de mi frío.
Fingí haber estudiado ingeniería.
Viví en Escocia. Visité Irlanda.
Mi corazón es una abuelita que anda
limosneando a las puertas de la Alegría.
¡No llegues a Port-Said, nave de hierro!
Vira hacia la derecha, no sé adónde.
Paso los días en el smoking-room con el conde
un escroc francés, conde de fin de entierro.
Vuelvo descontento a Europa, y con suerte
de poder ser un poeta quimérico.
Soy monárquico, pero no católico
y me agradaba ser alguna cosa fuerte.
Me gustaba tener creencias y dinero,
ser varia gente insípida que vi.
Hoy, después de todo, no soy sino, aquí,
en un navío cualquiera, un pasajero.
No tengo ninguna personalidad.
Más notable que yo es ese criado
de a bordo, con bello estilo alzado,
de lord escocés hace días en ayuno.
No puedo estar en ninguna parte. Mía
es la patria donde no estoy. Ando enfermo y flaco.
El comisario de a bordo es un bellaco.
Me vio con la sueca... y el resto lo adivina.
Un día montó un alboroto a bordo
sólo para que los demás hablen de mí.
No puedo con la vida y creo desastrosas
las iras con que a veces me desbordo.
Paso el día fumando, bebiendo cosas,
drogas americanas que entontecen,
¡y yo tan bebido ya sin nada! Si diesen
un mejor cerebro a mis nervios como rosas.
Escribo estas líneas. ¡Parece imposible
que, teniendo talento, apenas lo sienta!
El hecho es que esta vida es una casa
donde se aburre hasta un alma sensible.
Los ingleses están hechos para existir.
No hay más gente como ésta, tan presta
a la Tranquilidad. La gente echa
un centavo y les sirve para sonreír.
Pertenezco a un género de portugueses
que tras haber descubierto la India
están sin trabajo. La muerte es algo cierto.
He pensado en esto muchas veces.
¡Al diablo con la vida, la gente que la tenga!
Ni leo mi libro de cabecera.
Me fastidia el Oriente. Es una alfombra
que al enrollarse deja de ser bella.
Caigo en el opio por fuerza. Pero querer
que ponga en claro una vida de éstas
no se puede exigir. Almas honestas
con horas de dormir y de comer,
¡que un rayo las parta! Y esto, al fin, es envidia,
porque estos nervios son mi misma muerte.
¡No haber un navío que me transporte
donde no quiera nada que no vea!
¡Ah! Me cansaba de este mismo modo.
Quería un opio más fuerte para ir de allí
hacia sueños que diesen cuenta de mí
y rogasen conmigo en algún lodo.
¡Fiebre! Si esto que tengo no es fiebre,
no sé cómo es que se tiene fiebre y se siente.
El hecho esencial es que estoy convaleciente.
Esta carrera, amigos, está libre.
Veo la noche. Tocó ya la primera
corneta para vestirse e ir a cenar
¡Vida social como meta! ¡Eso, andar
hasta que la gente salga cogida del cuello!
Porque esto acaba mal y ha de haber,
¡ah!, sangre y un revólver para el fin
de este desasosiego que hay en mí
y que no hay otra forma de resolver.
Quien me mire me encontrará banal,
a mi vida y a mí... ¡Anda! un muchacho...
mi propio monóculo ya me ha hecho
pertenecer a un tipo universal.
¡Ah, cuánta alma habrá, que ande metida
así como yo en lo Recto, y como yo sea mística!
¿Cuántos con la chaqueta característica
no tendrán, como yo, horror a la vida?
¡Si al menos fuese por fuera tan
interesante como lo soy por dentro!
Voy en el Maelstrom, cada vez más al centro.
y no hacer nada es mi perdición.
Un inútil. ¡Pero es tan justo serlo!
¡Si se pudiera despreciar a los otros
y, todavía, con los codos rotos,
ser un héroe, loco, maldito o bello!
Me asaltan ganas de acercar las manos
a la boca y morder a fondo haciéndome daño.
sería una ocupación original
y distraería a los otros, los tan sanos.
El absurdo, como flor de la India, como
no llegué a encontrar en la India, nace
en mi cerebro harto de cansarse.
Dios cambie mi vida o la vuelva letal.
Déjenme estar aquí, en esta silla
hasta que vengan a meterme en el cajón.
Nací para mandarín de condición,
pero me falta sosiego, suelo y esterilla.
¡Ah, qué bueno sería ir de aquí en caída
hacia la tumba por una trampa de estruendo!
La vida me sabe a tabaco rubio.
Nunca hice más que pasar la vida fumando.
Y al final lo que quiero es fe, es calma,
y no tener esas sensaciones confusas.
¡Que Dios acabe con esto! Abra las esclusas
y ¡basta de comedias en mi alma!

8 comentarios:

Marcos dijo...

Humildemente, les invito a visitar mi blog. Espero no molestar a nadie, este parece un lugar adecuado. Gracias.

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

Estupendo, Marcos. Y tú también puedes hacernos llegar tus sugerencias poéticas, si las tienes, para su inclusión en nuestra página.

EMILIA ALARCÓN

casa de citas dijo...

El amor, la amistad y el respeto no unen tanto a la gente como un odio común hacía alguna cosa.

(CHEJOV)

Anónimo dijo...

Acantilado reúne en un volumen las novelas policiales de Fernando Pessoa: "Quaresma, descifrador".

Uno de los pocos divertimentos intelectuales que persisten en lo que aún le queda de intelectual a la humanidad es la lectura de novelas policíacas…”. Así lo sentía Fernando Pessoa, uno de los poetas más excelsos del siglo XX y al que su pasión por este género le llevó a escribir varias obras.

Un conjunto de novelas que la editorial Acantilado ha reunido por primera vez en un solo volumen, con el título Quaresma, descifrador, con introducción y edición de Ana María Freitas y que verá la luz el próximo 3 de septiembre.

Se trata de unas novelas, en su mayoría inéditas, como indica el sello editorial, que nunca habían sido publicadas hasta ahora completas, “tal como Pessoa tenía previsto y según los esquemas hallados entre los documentos que conforman su legado escrito y que forman parte de ese gran baúl del poeta”.

Fernando Pessoa, el gran escritor portugués, nacido en Lisboa en 1888 y fallecido en 1935, escribió muchísimo y de forma muy diferentes a lo largo de su vida, un heterodoxo, rico y fragmentado.

Poeta, ensayista y traductor, Pessoa fue uno en esencia, pero por lo menos cuatro por desdoblamiento de personalidad y de máscaras: Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Álvaro Campos o Bernardo Soares, sus heterónimos

Así, el autor de Libro del desasosiego que tenía una mirada muy plural de la vida, y que era capaz de construir los versos más sublimes y estéticos, envueltos en la saudade portuguesa, o numerosos ensayos literarios y políticos, y que fue símbolo de modernidad cultural, también fue un lector apasionado de novela negra.

Entre el inestimable y reducido número de horas felices que la Vida me permite pasar, considero que el mejor año es aquél que me permite pasar horas enfrascado, de cabeza y de corazón, en las lecturas de Conan Doyle o de Arthur Morrison. Tal vez (…) sea motivo de asombro, no que estos sean mis autores predilectos y de cabecera, sino que confiese que lo son".

TóTUM REVOLúTUM dijo...

Los pájaros envejecen, pero sus trinos no.

cajón desastre dijo...


Desde niño siempre supe
lo que debía de hacer.
Hasta hoy nunca lo hice.
¿Me atreveré alguna vez?

(AGUSTÍN PORRAS)

Dimes Y Diretes dijo...

A lo lejos en el siniestro cielo

el sol indiferente gira.

Tu respiración es un silbido tenue.

A 50 grados bajo cero

morir ¿qué significa?

Las montañas miran

y se quedan calladas.



(NINA GAGER TORN, "Desde el Gulag")

Lloviendo amares dijo...

La desdicha y la dicha
sobrellévalas,
que las dos pasarán
igual que tú.