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martes, 15 de febrero de 2011

Una piedra arrojada (por Elena Anníbali)

Esto es el tiempo: una piedra arrojada desde la altura
de Dios o de los hombres,
circular, pulida por el camino de fuego y aire que atraviesa,
ese espacio vacío en que —dicen—,
se desarrolla la falacia de la eternidad.
Cae sobre el agua y abre el círculo de nuestra vida.
Todo cabe allí:
las máscaras desiguales que nos protegen o evidencian
—como en un absurdo teatro de luces y sombras—
el número de los días en que fuimos felices,
cada uno de los ásperos amaneceres en que negamos los sueños,
la vidriosa transparencia de los animales que acariciamos,
la rara inocencia que no pudo pervivir en nosotros.
La piedra cae. Y cuando el círculo alcanza
su máxima definición, desaparece,
y las ondas no son ya más que un eco triste
disperso entre otros círculos, de otras vidas,
que no son las nuestras. Ese roce sutil,
ese leve toque de agua será el encuentro
entre dos cuerpos,
ese pedazo de amor, rabioso y breve,
hurtado a la muerte.

2 comentarios:

Dimes Y Diretes dijo...


Resulta casi imposible llevar a través de un gentío la antorcha de la verdad sin chamuscar aquí y allá alguna barba.

(LICHTENBERG)

Lloviendo amares dijo...


A veces nos sucede con lo que se niega o se calla, con lo que se guarda y se sepulta, que va difuminándose sin remedio y llegamos a descreer que en verdad existiera o se diera, tendemos a desconfiar increíblemente de nuestras percepciones cuando ya son pasado y no se ven confirmadas ni ratificadas desde fuera por nadie, renegamos de nuestra memoria a veces y acabamos por contarnos inexactas versiones de lo que presenciamos, no nos fiamos como testigos ni de nosotros mismos, sometemos todo a traducciones, las hacemos de nuestros nítidos actos y no siempre son fieles, para que así los actos empiecen a ser borrosos, y al final nos entregamos y damos a la interpretación perpetua, hasta de lo que nos consta y sabemos a ciencia cierta, y así lo hacemos flotar inestable, impreciso, y nada está nunca fijado ni es definitivo nunca y todo nos baila hasta el fin de los días, quizá es que no soportamos las certezas apenas, ni siquiera las que nos convienen y reconfortan, no digamos las que nos desagradan o cuestionan o duelen, nadie quiere convertirse en eso, en su propio dolor y su lanza y su fiebre.

(JAVIER MARÍAS)