Un prolongado ulular me despertó durante la noche.
Tuve una visión fugaz de luces rojas y amarillas, intermitentes.
Con los ojos recién abiertos en la oscuridad
escuché el sonido giratorio por las calles desiertas.
Instintivamente estiré mi mano por entre las varillas
y palpé el cuerpo de mi pequeño hijo:
suave, cálido,
pacificado como un animalito.
Él no sabe nada de estas cosas.
No sabe nada del sueño cortado
en la fría madrugada.
Ni tiene nunca tampoco por qué saber
cómo brotan del sueño estas visiones;
cómo giran, intermitentes, en la memoria,
y flotan con sus ojos de vidrio alrededor del corazón.
2 comentarios:
Deberían los niños tener derecho a nacer en un mundo limpio y decente. No sé cómo no se nos cae la cara de vergüenza de traerles a este mundo inmundo, a este patio tan sucio y mugriento. Primero se arregla la casa Tierra y luego se trae gente a ella, un poquito de porfavor.
Si al cardenal lo hacen papa
y al obispo cardenal,
a mí que soy monaguillo
han de hacerme sacristán.
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