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sábado, 23 de abril de 2016

Dentro de seiscientos mil años (por Gérard Legrand)


El dardo como una fiera el símbolo deslumbrado
Por el torbellino de las dos serpientes que surgen de la caverna de espuma de una enagua con volados
No habrá reconocido la tumba materna
Ni encontrado al Dios que no existe

Dentro de seiscientos mil años cuando esta carne
Que es la mía y que desposa la tuya en este instante
Sólo seas un poco de arena en una playa desierta
Y cuando la playa sólo sea un ligero hundimiento
En el confuso océano de un planeta sin luz
Y cuando el planeta se disperse soplado por un cometa jamás calculado
Para renacer tal vez
En átomos de un cielo que ya no tendrá nombre

Hosannah por este desastre que no puedo pensar
Hosannah por esta estrella azul como un cráneo
Por los témpanos y los basaltos que se hundirán
Y por la playa donde ese poco de arena habrá rodado
Hosannah de antemano por esta arena
Que permuta nuestros dos cuerpos por su peso en oro
En el solo reloj de arena del sol desesperación
Hosannah
Por este enceguecedor minuto que ya es devorado
Hosannah por la página que está desmoronándose en
la que nuestros nombres forman sólo arabescos
Mi amor por tu carne y la nuestra
Hosannah en seiscientos mil años
Nada permanecerá de esta gloria y de ninguna otra.


5 comentarios:

TóTUM REVOLùTUM dijo...

Debemos intentar hacer de nuestro presente el futuro pasado que querríamos recordar.

hAiKu dijo...

Nunca fue al cine,
ni siquiera los sábados,
Carlos III.

(CUQUI COVALEDA)

hAiKu dijo...

Antes de Roma
y del latín, ¿qué hablaban
en Albacete?

(RAFAEL BALDAYA)

hAiKu dijo...

Pompeyo y Craso
no juegan al ping-pong
ni al volley-playa.

(CUQUI VOVALEDA)

Fuego de palabras dijo...


Qué labios he besado, por qué habitan el olvido
los brazos que en mi almohada recibieron la aurora;
pero llueve y con espectros gimientes me azora
la noche: golpetean mi cristal y me invitan
a responder, y aguardan; y así se agitan en mi alma
los dormidos pesares por jóvenes que hoy ya ignora
y que no volverán a esta hora de medianoche
más a mí sus rostros mientras gritan.

Así se alza en invierno el árbol despoblado,
no advierte que, uno a uno, cada pájaro se ha ido;
pero sabe a sus ramas más silentes que antes:
no sé decir qué amor se ha ido o cuál ha llegado;
sólo sé que el verano cantó en mí unos instantes
muy breves y que, ahora, su canción ha callado.

(EDNA MILLAY)