Ocupáis tres asientos frente a mí en el autobús que se desplaza
desde nuestro barrio alejado del centro
al centro;
al centro de nuestra localidad minúscula, entiéndase, no al centro
de las cosas, no a la esencia misma ni a la materia nuclear donde la
vida
bang
donde la vida
se expande y obedece a todos los fenómenos —etcétera— que
dicta
la astrofísica. Lo proclaman las asignaturas que rodeábamos
porque éramos de letras; lo proclaman los inexpugnables mecanismos que
atañen a vocablos tan comunes
como universo, vida, muerte, amor.
Ocupáis tres asientos frente a mí
en la parte trasera del transporte público: el niño a la derecha, en el
centro la niña, la madre a la izquierda.
Ahora tú, hija pequeña de Virginia: chándal rosa gastado —igual
que los plumieres de tu madre— con un personaje
que mi edad y condición soltera ignoran.
Ahora tú, hijo mayor de Virginia, intuyo en tu barbilla y tus orejas
los rasgos que heredaste de tu padre, y me pregunto
si Virginia los maldice
—Virginia, ¿los maldices?—
a la hora del baño.
Pero tú, Virginia, tan rubia, ¿lo recuerdas?
Allá donde entonces combatíamos piojos
ahora
bang
ahora
escondemos el tiempo.
Aquí tú lees una revista, Virginia, aquí tú no me reconoces: ¿te sirven
los consejos del cuché,
oh tú, tan rubia e inocente?
Virginia, siempre con mi edad y ahora con dos hijos, sin anillo en
el dedo, con un bolso colmado de galletas:
Virginia, hijo mayor de Virginia, hija pequeña de Virginia,
años luz caídos
años luz quebrados en la comisura de los labios,
cerrad los ojos y pedid un deseo
frente a mí
en el autobús destartalado que nos salva del barrio periférico y nos
acerca
al centro, lejos de los bancos en los que los adolescentes beben y las
noches golpean los jardines,
cierra los ojos, Virginia,
porque en estos veintiocho minutos de trayecto he pensado en
nosotras,
en ti que no me reconoces veinte años más tarde, en tus canas donde
la gente que nunca te habló, en tus canas donde la gente
reía y se burlaba.
Cristal del autobús junto a Virginia, espejito de ambas,
tus uñas rojas comidas al fregar los platos, una gota de laca roja en
tu dedo anular,
oh Virginia, oh rubia e inocente,
yo he pensado en nosotras,
bang
yo he pensado en nosotras.
No sé si sabes a lo que me refiero.
Te estoy hablando del fracaso.
4 comentarios:
Precioso poema. Triste quizá pero emotivo. Tal vez los dos últimos versos sobren. Lo que ya se deduce bien del poema no hacía falta (en mi opinión) explicitarlo.
Y por qué fracaso?
Puede que, a su manera, Virginia swa feliz con su niño y su niña.
Y puede que la autora sea feliz escribiendo poemas como este.
Asi que ¿por qué fracaso?
Sí, quizás el último verso es demasiado explícito y, por lo contrario, 'No sé si sabés...'sugiere incertidumbre, misterio.
Lo mejor del poema es el título: Cristal del autobús junto a Virginia. Un poema titulado así invita a leerlo.
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