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viernes, 18 de octubre de 2019

El otro calcetín (por Billy MacGregor)


Amo tu cara de papa gorda y tus ojos de mirar a la pared
y de estoy hasta el kiwi
y de iros
a tomar por culo-ya, todos, amo
-qué linda que sos-
tus tobillos ortopédicos de sostenerlo todo.
Tus lágrimas del final de la película.
Tus lágrimas de ¡ay!, que me haces daño, tonto.
Tus lágrimas de ver la lavadora dando vueltas.
Tus lágrimas de es que me he emocionado. No sé. Ya no me acuerdo. Mira, un coso.
Tus lágrimas de no sabes por qué.
Tus lágrimas de sí, lo sé; pero no te lo digo.
Amo tus uñas que me rascan la espalda y tus lunares cientos
-aunque no pierdo el tiempo en esas cosas, ya sabes, hacer mapas estelares o rutas magallánicas-. Amo
tu estómago. Con su biosfera y su ombligo y sus tripas por dentro.
Amo tus ronquidos y ese masaje de pies que nunca vas a darme.
Yo a ti tampoco.
Amo tu puto dedo índice de señalarlo todo. ¿Por qué siempre soy yo?
Ah, porque me gusta, claro, se me había olvidado.
Amo tus tú sabrás y tu manía
de cortar la lechuga para la ensalada en trocitos tan pequeños.
Amo darte bocados y que grites tu grito de gallina y tu color de joder cómo me duele.
Amo los obispos de tus carnes.
Amo cuando te enfadas y te pones a hablar sola
y voy
a por tabaco y cuando vengo
todavía estás hablando sola.
Tus quita, que ya lo hago yo. Tus venga, que te estoy esperando.
Los virus de tu ordenador. Que me nombres cirujano. Las veces que te he dicho qué es un troyano.
Tus pues yo no sé, algo habré tocado. ¿Me lo arreglas? Es que no anda.

Yo no deshojo margaritas; yo me las como.



3 comentarios:

Carla dijo...

Por sorpresas como esta me encanta ZdeP

Sirimiri dijo...

Sin lluvia no hay arcoíris.

Ignatius Reilly dijo...


Todo artista tiene su cuota de originalidad, de magia personal o de genio creativo. Es siempre una cuota limitada, que antes o después se cubre y extingue. Puede pasar con la primera obra o más tarde, pero llega un momento en que su frescura se completa y termina. En que el depósito se acaba. En que el filón se agota. Después el artista puede repetirse en sus obras, imitarse, autocopiarse, volver a decir lo mismo bajo otra aparente envoltura o con otra falsa variante...; pero la originalidad y la impronta de su voz ya se apagaron. No, decididamente no se puede ser gran artista toda la vida.

(RAFAEL BALDAYA)