Hasta el tupido abeto nos enseña:
se puede tener raíces y fuerza, y a la vez ser flexible.
Hay quienes llaman danza a esta fortaleza.
Y el viento tiene un lugar lejano adonde ir, es
pura volición, antojo, e igual abraza
al planeta en un lazo que sustenta la vida.
Hay quienes llaman felicidad a este sentimiento
instantáneo que corre por el hueso, sobre el tendón
en dirección a la suerte: lo que nos pasa.
Así todos somos camaleones, caprichosos
por fuera, pero sólidos por dentro, donde,
irremediablemente, somos quienes somos.
Cuando era joven, una chica danesa me preguntó
qué quería decir la vieja canción: Cambia el océano y cambia el mar,
cambia mi amor verdadero,
pero no cambio yo.
1 comentario:
Todos quisiéramos ser otro distinto... pero al final nunca dejamos de ser el que somos.
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