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domingo, 20 de febrero de 2011

Esta nada que está en ninguna parte (por Andrés Sánchez Robayna)

Comenzaba a saber
(pero sólo del modo en que ignorarlo
es una forma de conocimiento)
que, al igual que el silencio
ha de ser una parte del decir, que al igual
que la visión del cielo
forma parte del cielo,
una nube interior, muy parecida
a la que fluye quieta en la mañana
hecha de transparencia entrecruzada,
se alza hasta la visión
de la nada que somos, y que es todo.
Y la visión del hombre
se llega a transformar en la experiencia
de esta nada que está en ninguna parte.
Es una nube. Sólo
años después sabría que su nombre,
entre otros nombres justos que la llaman
y el nombre conseguido de los nombres,
es la nube clarísima
del no saber, la nube
interna del amor
y la contemplación. Es una nube
oscura y clara a un tiempo,
hecha de cegadora oscuridad.

Por este tiempo comencé a sentir
la sombra de esa nube
ante mí, precediendo
a menudo mis pasos,
y seguirla fue a veces
un acto de inocencia.
Era sólo una sombra, y ya sentía
su potestad, con todo.
Aquella nube, aquella
sombra del no saber era un saber.

9 comentarios:

L. dijo...

Como diría V. I., me quito el cráneo !!!!

Aldonza Lorenzo dijo...

A buen sueño no hay cama dura.

LA PHRASE LAPIDARIA dijo...

El amor es como la sombra. Cuanto más los buscas, más se aleja. Cuanto más huyes de él, más te persigue.

tERESA pANZA dijo...

Setiembre, o seca las fuentes, o lleva los puentes.

Aldonza Lorenzo dijo...

Embustes y cuentos, de uno nacen cientos.

Anónimo dijo...


Joder con las frasecicas del calendario zaragozano

hAiKu dijo...


Qué inesperado...
A mi lado se posa
un gorrioncillo.

(SUSANA BENET)

Aldonza Lorenzo dijo...


Pueblo chico, infierno grande.

Lloviendo amares dijo...

Enseñarle castellano a un perro
es la verdadera enseñanza.
“Nunca va a aprender”, dicen.
¿Por qué? ¿Acaso el castellano
es cuestión de inteligencia? Tal vez
será mejor aprender a ladrar entonces.
¿Por qué no lo podemos hacer?
¿Por qué somos demasiado inteligentes?
Me gustaría decir “yo te quiero”
ladrando. Un perro es un verdadero
otro. Alguien que no comparte
mis reglas. Casi ninguna. A veces
decimos algo y el perro acude.
A veces el perro ladra y lo ignoramos.
En comparación, aprender aymara
(dialecto moqueguano, digamos)
es sencillo. Se puede hacer.
Tal vez la pronunciación no sea
perfecta, pero nos dejamos entender.
¿Cómo será ladrar con acento humano?
Los perros reirían sin parar.

“¿Y este de dónde salió?” dirán.

(MARIO MONTALBETTI)