viernes, 19 de agosto de 2011
Canción del carcelero (por Jacques Prévert)
Dónde vas buen carcelero
con esa llave manchada de sangre
Voy a liberar a la que amo
si aún queda tiempo
y a la que encerré
tiernamente cruelmente
en lo más secreto de mi deseo
en lo más profundo de mi tormento
en las mentiras del porvenir
en las idioteces de los juramentos
Voy a soltarla
quiero que sea libre
incluso para olvidarme
incluso para irse
incluso para volver
y aun para amarme
o amar a otro
si otro le gusta
Y si me quedo solo
y ella se marchó
guardaré solamente
guardaré siempre
en mis dos manos cruzadas
hasta el fin de mis días
la dulzura de sus senos modelados por el amor.
con esa llave manchada de sangre
Voy a liberar a la que amo
si aún queda tiempo
y a la que encerré
tiernamente cruelmente
en lo más secreto de mi deseo
en lo más profundo de mi tormento
en las mentiras del porvenir
en las idioteces de los juramentos
Voy a soltarla
quiero que sea libre
incluso para olvidarme
incluso para irse
incluso para volver
y aun para amarme
o amar a otro
si otro le gusta
Y si me quedo solo
y ella se marchó
guardaré solamente
guardaré siempre
en mis dos manos cruzadas
hasta el fin de mis días
la dulzura de sus senos modelados por el amor.
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9 comentarios:
Porque la queria no quiso papeles ni hacer proyectos con vistas al futuro. No confiaba en e y quiso estar seguro que cotidianamente tendria que ganarla con el sudor de su frente... SERRAT
Moza con viejo, mal aparejo.
Y
Mozo con vieja, mala pareja.
En cada uno de nosotros hay otro al que no conocemos.
(JUNG)
Tú que lo sabes,
tú que me ves por fuera,
dime: ¿Quién soy?
(RAFAEL BALDAYA)
Una mentira es como una bola de nieve: cuanto más rueda, más grande se hace y más trabajo cuesta pararla.
(KING)
Esto que te digo es cierto:
Mejor que de pie, sentado.
Mejor que sentado, echado.
Y mejor que echado, muerto.
Hay dos formas de difundir la luz: ser la lámpara que la emite, o el espejo que la refleja.
(YUTANG)
La única condición que me distingue es la de haber recorrido la vida sin dejar morir al niño de los inicios. Hoy, a los ochenta, lo soy. Las células jadean, los huesos chirrían, se deforma el muñeco carnal, pero el infante lozano lo asiste en su andadura por el jardín de los asombros. Ignoro qué, quién, dispuso que el tiempo me distinguiera así. Lo considero una gracia. De tal índole que la muerte deberá dejarle paso a este niño soberano, independiente de mí, cuando el hombre acabe. Cuando suceda, saltará hacia el nuevo asombro. Pino, pez, jazmín, ornitorrinco. La fiesta continúa.
(ESTEBAN PEICOVICH)
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