jueves, 19 de enero de 2012
La vida según Adán (por Bernardo Atxaga)
Enfermó Adán el primer invierno después de su salida del paraíso y asustado con los síntomas, la tos, la fiebre, el dolor de cabeza, se echó a llorar igual que años más tarde lo haría María Magdalena, y dirigiéndose a Eva, “no sé qué me ocurre” gritó, “tengo miedo” “amor mío, ven aquí, creo que ha llegado la hora de mi muerte”.
Eva se sorprendió mucho al oír aquellas palabras, amor, miedo, muerte y le pareció que pertenecían a una lengua extraña, ajena al paradisiaqués, y anduvo con ellas en la boca, masticándolas como pepitas, como raíces, hasta que creyó, amor, miedo, muerte, comprender enteramente su sentido. Para entonces Adán ya se había repuesto, y volvía a sentirse feliz, o casi.
Fue sólo, aquel hecho extra-paradisiaco, el primero de una larga serie, de modo que Adán y Eva siguieron, por así decir, recibiendo clases intensivas de la lengua que decía amor, miedo, muerte, aprendiendo palabras como cansancio, carcaj, carcajada, carcamal, canción, caricia o cárcel; a medida que crecía su vocabulario, las arrugas de su piel aumentaban.
La hora de la muerte, la verdadera, le llegó a Adán siendo ya muy viejo, y quiso entonces transmitir a Eva lo que había aprendido, su última verdad. “¿Sabes, Eva?”, le dijo, “la pérdida del paraíso no fue en realidad una desgracia. A pesar de los trabajos, a pesar de lo del pobre Abel y todos los demás conflictos, hemos conocido lo único que, noblemente hablando, puede llamarse vida”.
Sobre la tumba de Adán se derramaron lágrimas corrientes, de agua y sal, que cayeron a tierra y no criaron jacintos, ni rosas, ni flores de ninguna clase, y de todos ellos fue Caín el que con más desgarro lloró. Luego Eva recordó con cariño el susto de Adán cuando su primera gripe, y todos se calmaron, y se fueron, tomaron algo, comieron un bollo…
Eva se sorprendió mucho al oír aquellas palabras, amor, miedo, muerte y le pareció que pertenecían a una lengua extraña, ajena al paradisiaqués, y anduvo con ellas en la boca, masticándolas como pepitas, como raíces, hasta que creyó, amor, miedo, muerte, comprender enteramente su sentido. Para entonces Adán ya se había repuesto, y volvía a sentirse feliz, o casi.
Fue sólo, aquel hecho extra-paradisiaco, el primero de una larga serie, de modo que Adán y Eva siguieron, por así decir, recibiendo clases intensivas de la lengua que decía amor, miedo, muerte, aprendiendo palabras como cansancio, carcaj, carcajada, carcamal, canción, caricia o cárcel; a medida que crecía su vocabulario, las arrugas de su piel aumentaban.
La hora de la muerte, la verdadera, le llegó a Adán siendo ya muy viejo, y quiso entonces transmitir a Eva lo que había aprendido, su última verdad. “¿Sabes, Eva?”, le dijo, “la pérdida del paraíso no fue en realidad una desgracia. A pesar de los trabajos, a pesar de lo del pobre Abel y todos los demás conflictos, hemos conocido lo único que, noblemente hablando, puede llamarse vida”.
Sobre la tumba de Adán se derramaron lágrimas corrientes, de agua y sal, que cayeron a tierra y no criaron jacintos, ni rosas, ni flores de ninguna clase, y de todos ellos fue Caín el que con más desgarro lloró. Luego Eva recordó con cariño el susto de Adán cuando su primera gripe, y todos se calmaron, y se fueron, tomaron algo, comieron un bollo…
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13 comentarios:
Precioso poema/relato. No me canso de leeros. GRACIAS MIL
¿Sabéis qué noticia me reconcilia con el universo mundo que nos tocó en suerte? Pues que Juan José Padilla, El Ciclón de Jerez, el matador de toros que el año pasado sufrió en Zaragoza una cogida que le dejó tuerto, vuelve a los ruedos.
Todos vimos en la tele, horrorizados, cómo el pitón le entraba por el pómulo izquierdo y le asomaba por la órbita. Terrible.
Seguí en la prensa sus desesperados intentos por recuperar la vista. Los mejores oftalmólogos: ninguno le hizo albergar esperanzas de recuperar la vista, aunque fuese parcialmente. Él, siempre: "Quiero volver a torear; es mi vida, no la entiendo de otra manera".
Me parecía ilusorio semejante empeño: un torero ha de conservar la visión binocular, que es la que sirve para evaluar la espacialidad, medir las distancias, máxime si le envuelve un torbellino astado de quinientos kilos, que le va a amenazar desde los ángulos ciegos, fuera del cono visual de su ojo intacto. ¿Un natural sin el ojo izquierdo? Más fácil lo tuvo Guillermo Tell.
Y esta mañana, leo en la presa -y veo en un vídeo- que el matador de la cara deforme y el parche negro sobre el ojo ciego... vuelve a los ruedos el cuatro de marzo, en la plaza de Olivenza, con Morante y Mazanares...
Y hallo tanta épica, tanta grandeza, tal sublime valentía en este desplante, que el maltrecho matador me hace evocar a un héroe salido del túnel del tiempo, como si de un Teseo redivivo se tratara, y a quien el Olimpo en pleno hubiese encomendado la ardua misión de enseñar a la inmensa manada ovejuna que no siempre el humano fue la entelequia que es hoy. Que hubo un tiempo en que el temple de los hombres igualaba al de las espadas.
Trescientos defendieron la Termópilas. Cinco millones de celtíberos aguantan resignados que el toro que zarandea a Europa campe sobre la piel desollada del viejo pariente ibérico.
Por eso me enardece que haya hombres como Padilla, que se echan al ruedo. Y que les baste con un ojo solo. Que la clarividencia no depende del número de ojos, sino de hacia dónde se mira. Y luego que se tome la decisión oportuna.
Es obvio que no estoy hablando de Tauromaquia. Sólo.
Matar es bastante instintivo, no creo que el arte o el valor resida en eso.
Tirar tu vida a una ruleta por proteger algo de valor es un acto heroico, a veces tan heroico que lo mueve el propio miedo, el miedo a perder algo querido.
Pero tirar la vida a un ruedo por una mezcla entre sadismo y adicción a la adrenalina es algo muy diferente, es una apuesta morbosa y absurda, un juego macabro, cuanto menos y recordemos que el juego es pecado y no el más grave en este hecho.
Era obvio que no estaba -sólo- hablando de Tauromaquia.
Hablaba de incontables rebaños de borregos, de mulos de noria, de gallinas ponedoras en su jaula...
Los toros -y los toreros- son el contrapunto. Brutal, pero con cierta grandeza estética. Y hasta ética.
Matar será "bastante" instintivo: no lo es menos hacer frente al matarife. Pero aquí falla "bastante" este último instinto. Y desde luego, nada de arte ni de valor reside en tal carencia.
Matar puede ser necesario. Mi hija tuvo piojos y yo los maté con permitrina. También mato bacterias cuando me enfermo y tomo un antibiótico. O sea que, aunque soy vegetariana, mato. (Me alimento de vegetales y éstos son también seres vivos, aunque carezcan de cerebro).
Pero intento matar sin causar daño, sin hacer sufrir, indoloramente. Los piojos no tienen un sistema nervioso desarrollado que les haga sentir dolor (o eso creo). Tampoco las bacterias ni las espinacas tienen capacidad de sentir dolor. Pero los toros sí. Los toros, como todos los mamíferos desarrollados, tienen un sistema nervioso complejo, poseen terminales y receptores neurológicos iguales a los nuestros. Y sufren, experimentan dolor físico.
No, no está bien (éticamente, antropológicamente, cósmicamente) causar a un ser vivo dolor y sufrimiento innecesarios.
Claro que sí, AD; yo también detesto que se haga sufrir a los animales.
Tienes que leer lo de Padilla en otra clave. Lo traigo a colación porque me sirve para denunciar otras cosas.
Desde luego que este torero -valiente, en precario, conmovedor en su desvalida ilusión- merecía mejor causa.
Los toros ya no interesan. Cada vez menos gente va a las plazas y las TVs no programan porque no dan audiencia. Sin necesidad de prohibiciones en breve morirán de muerte natural.
De pequeña me llevaron al Bombero Torero. Nunca, nunca en mi vida me he aburrido tanto.
El sol puede ponerse y salir de nuevo,
pero para nosotros, cuando esta breve luz se ponga,
no habrá más que una noche eterna, que debe ser dormida.
(CATULO)
Las mujeres deben hacer las cosas el doble de bien que los hombres para que parezca la mitad de bueno. Por suerte, eso no es difícil.
(WHITTON)
Al novillo y al potro, que los críe otro.
El ladrón piensa en el robo,
el asesino en la muerte,
el preso en la libertad
y yo, morena, en quererte.
Enteramente, del todo-todo-todo, no percibimos nada.
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