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Para ser viento, cómo aparta
las hojas, cómo le contestan,
cómo me invade, cómo nos invade,
y cómo, prepotente, nos obliga
a respirar. Aunque queramos
morir. Aunque queramos
irnos con los fantasmas de la noche,
que ni siquiera saben respirar
ni lo precisan.
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4 comentarios:
Quizá las cosas inertes son las que mandan y gobiernan. Creemos dominarlas y no, son ellas quienes nos dominan.
Ay que llueve, que llueve, que llueve.
Ay que llueve, que ya está lloviendo.
Y no viene, no viene, no viene
la mocita que yo estoy queriendo.
Escuché por primera vez esa canción, Hamete, a un cantorcito afeminado que hacía bolos en los saraos de mi patria. Faltaba un trecho para que aquel vozarrón monocorde que era Manolo Escobar (q.e.p.d.) la destrozara.
C., que era pequeñito, rizoso y que llevaba unos trajes algo ceñidos que me hacían recordar a los chulos verbeneros matritenses, tenía poca voz pero cantaba con sentimiento.
Y yo lo recuerdo con nostalgia, porque lo que cuenta la letra de la cancioncilla lo viví -y más de una vez- en la dorada jeunesse.
Lo escucho en mi mente y me conmuevo. Snif.
Esta noche tengo cita
con mi niñita morena.
Quiera Dios que venga pronto,
quiera Dios que pronto venga,
que no hay luz en las esquinas
y la noche está muy negra.
Ay, Jesús, que ya me he constipao
y no vino mi niña morena.
Es su madre que no la ha dejao
porque quiere que a mí no me quiera.
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