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jueves, 12 de abril de 2012

Sol y carne (por Arthur Rimbaud)

El sol, como un hogar de ternura y de vida
vierte su amor ardiente en la tierra encantada,
y uno se siente en el valle, cuando está acostado.
Qué núbil es la tierra, rebosante de sangre;
qué, henchido por un alma, su inmenso seno es
de amor como el de un dios, de carne como mujer,
y qué grávido encierra, de rayos y savia,
el inmenso hormigueo de todos los embriones.
¡Todo crece y asciende!
-¡Oh Venus, oh gran diosa!
Yo añoro aquellos tiempos de antigua juventud,
de sátiros lascivos, de faunos animales,
dioses que por amor mordían la corteza
de las ramas besando a la Ninja en nenúfares.
Añoro aquellos tiempos en que la savia del mundo,
agua del río, sangre rosa de árboles verdes,
levantaba un mundo en las venas de Pan.
Verde palpita el suelo, allí bajo pies caprinos;
sus labios, besando suaves la nítida siringa,
modulan bajo el cielo un gran himno de amor;
erguido en la llanura, escucha su torno,
a su llamada la viva Naturaleza responde;
y árboles mudos mecen al pájaro que canta,
la tierra acuna al hombre, y al océano azul,
los animales, todos, aman, se aman en Dios.
Yo añoro aquellos tiempos, cuando la gran Cibeles
cuentan que recorría, gigantescamente bella,
sobre un carro de bronce, espléndidas ciudades;
derramando sus senos en las inmensidades,
fluyente chorro puro de la vida infinita.
Y de su pecho bendito, feliz, el Hombre mamaba
como si fuera un niño, jugando en sus rodillas.
Y al ser fuerte aquel Hombre, era casto, era dulce.
¡Qué miseria! Ahora dice: yo conozco las cosas;
y ahora va, bien cerrados los ojos, los oídos.
Y sin embargo, ya no hay Dios. ¡Ya no hay Dios!
¡Hombre rey!
Y aunque el Hombre ya es Dios, no hay otra fe que amor;
¡Ah! si ese hombre aún bebiera de tus pechos,
Cibeles, gran madre de los dioses y de hombres;
si a la inmortal Astarté no hubiera abandonado,
quien antaño, emergiendo de la gran claridad,
de las olas azules, flor carnal perfumada,
mostró su ombligo rosa nevado por la espuma
e hizo cantar, con sus ojos negros, victoriosos,
al ruiseñor en el bosque, al amor en los corazones.


II


Creo en ti ¡Yo creo en ti! Madre divina,
Afrodita marina -oh, amargo es el camino,
desde que el otro Dios nos ató a su cruz-.
Carne, Mármol, Flor, Venus, en vosotros yo creo.
Sí, el Hombre es triste y feo, triste bajo ancho cielo.
Y porque ya no es casto tiene que vestir ropas,
pues ya ha profanado su orgulloso busto de Dios,
y así ha empequeñecido, como ídolo en el fuego,
su propio cuerpo olímpico en sucias servidumbres.
Incluso tras la muerte, en esqueletos pálidos,
quiere vivir, insultando la belleza primera.
Y el ídolo en que pusiste tanta virginidad,
la mujer, donde el barro así divinizaste,
para que el Hombre pudiera iluminar su alma
y así ascender despacio en un inmenso amor.
¡La mujer ya no sabe ni siquiera ser puta!
Bonita farsa ésta, donde el mundo se ríe
del dulce y sacro nombre de la hermosa gran Venus.


III


¡Si los tiempos volvieran, esos tiempos que fueron!
-pues el Hombre ha muerto, todo lo interpretó-.
Cansado, a pleno día, de derribar los Ídolos,
libre de todos los dioses, vendrá a resucitar
y, al ser del cielo, escrutará cielos
y el pensamiento ideal, invencible y eterno.
Y todo el Dios que vive bajo carnal arcilla
subirá, ¡subirá! ¡en su frente arderá!
Y cuando en el horizonte lo veas sondear,
despreciando los yugos y libre de temores,
tú vendrás para darle la santa redención.
Espléndido, radiante, dentro de grandes mares,
surgirás arrojando sobre el ancho universo
el amor infinito con sonrisa infinita.
El mundo vibrará como una inmensa lira
con los temblores mismos de un infinito beso.
Sed de amor tiene el mundo: tú vendrás a saciarlo.
¡El Hombre ha levantado su cabeza altiva y libre
y el rayo repentino de hermosura primera
hace que Dios palpite en el altar carnal!
Feliz del bien de ahora, pálido por el mal
que ha sufrido, el Hombre quiere saber todo.
Y esa cabalgadura, el Pensar oprimido,
se desboca en su frente. ¡Y él sabrá por qué!
Y si ella salta libre, ¡la Fe vendrá hasta el Hombre!
¿Por qué ese mundo azul y ese espacio insondable?
¿Por qué los astros de oro hormiguean como arena?
Si subiéramos siempre, ¿qué veríamos desde arriba?
¿Un pastor conduciendo este inmenso rebaño
o mundos dirigidos al horror del espacio?
Y todos esos mundos que el vasto éter abraza,
¿vibran con los acentos de una voz sempiterna?
Y el Hombre, ¿puede ver? ¿puede decir: yo creo?
¿Acaso es más que un sueño la voz del pensamiento?
Si el hombre nace pronto, si la vida es tan breve,
¿de dónde viene? ¿Se hunde en el profundo océano
de Gérmenes y Fetos, de Embriones, en el fondo
de ese inmenso Crisol, donde la Naturaleza
le resucitará, viviente criatura,
para amar en la rosa y crecer entre trigos?
¡No podemos saber! ¡Y hemos sucumbido,
bajo manto ignorante, bajo estrechas quimeras!
Manos de hombres caídos de las vulvas maternas.
Y nuestra razón pálida esconde el infinito,
y queremos mirar; ¡la Duda nos castiga!
La Duda, triste pájaro, con su ala nos golpea...
Y el horizonte huye en una eterna huida...
¡El cielo queda abierto! Los misterios han muerto
ante el hombre, de pie, con los brazos cruzados,
¡en el gran esplendor de la rica naturaleza!
Canta; ...y el bosque canta, y hasta el río murmura,
una canción feliz que asciende a pleno día...
¡El Amor que redime, amor y redención!


IV

¡Oh esplendor de la carne! ¡Oh esplendor ideal!
¡Oh el amor renovado! ¡Oh la aurora triunfal!
Donde, poniendo a sus pies a Héroes y Dioses,
Calipigia la blanca y Eros diminuto
rozarán, ya cubiertos por la nieve de rosas,
las flores y mujeres bajo sus pies nacidos.
Oh Ariadna la grande, que arrojas tus sollozos
en la orilla, mirando huir, allá sobre el agua,
tan blanca bajo el sol, la vela de Teseo.
Oh suave virgen niña que una noche ha quebrado,
¡calla! En su carro de oro bordado de racimos,
Lisios que se pasea entre los campos frigios
sobre tigres lascivos y panteras rojizas,
enrojeciendo musgos sobre ríos azules.
Sobre su cuello de toro, como a niña, Zeus acuna
el cuerpo desnudo de Europa, con su brazo
sobre el cuello de Dios, que tiembla entre las olas.
Él vuelve lentamente su mirada hacia ella,
que abandona su mejilla, tan florecida y pálida,
en la frente de Zeus; ojos cerrados; muere
en un beso divino la ola que murmura.
Con su espuma de oro florecen sus cabellos.
Entre aquellas adelfas y escandalosos lotos,
con amor se desliza gran Cisne soñador,
mientras abraza a Leda con sus alas tan blancas.
Y mientras Cipris pasa, extrañamente hermosa,
arqueando las curvas de caderas espléndidas,
despliega con orgullo sus amplios senos de oro,
y su vientre nevado, negro musgo bordado,
Hércules, el Domador, como un trofeo, fuerte,
ciñe su vasto cuerpo con la piel del león,
y avanza al horizonte, frente terrible y suave.
Por la luna de estío, iluminada y vaga,
de pie, desnuda, sueña su palidez dorada
que mancha la cascada de su azul cabellera
en el claro sombrío con musgos estrellados.
La Driada contempla el cielo silencioso
y la blanca Selene deja flotar su velo,
temerosa, a los pies del hermoso Endimión,
y su beso le arroja, con pálido destello.
La fuente llora lejos en un éxtasis largo.
Es la Ninfa que sueña, acodada en su ánfora,
con blanco y bello joven que su onda estrechó.
Una brisa de amor ha pasado en la noche.
Y en los bosques sagrados, al horror de los árboles,
de pie y majestuosos, esos sombríos Mármoles,
dioses en cuya frente el Pardillo anidó,
al Hombre como al Mundo escuchan infinitos.


13 comentarios:

Carlos dijo...

Pues la verdad, no me ha gustado. Este batiburrillo de dioses grecolatinos parece un canto a la vida, a la espontaneidad existencial cifrada en los dioses clásicos, los que gobernaban el horizonte espiritual del hombre antes de que la cultura judeocristiana llenara el mundo de maniqueísmo.

Algo a la manera de Nietzche, para quien el cristianismo desposeyó a Europa de sus impulsos vitales y naturales.

Pero no creo que haya más pureza en los dioses clásicos, ni que el mundo fuera mejor antes de la irrupción del cristianismo/paulismo (de Pablo de Tarso, para muchos el verdadero fundador de esas religión).

Puede ser cierto que en el mundo grecorromano no había puritanismo, ni Inquisición, ni intolerancia religiosa (todos los dioses eran bienvenidos siempre que no pusieran en peligro las bases políticas del imperio), ni represión sexual (la libido -Afrodita, Venus- estaba divinizada). Pero también es verdad que el mundo grecorromano se hallaba presidido por el imperialismo, las guerras de conquista y exterminio, la esclavitud (que es lo más deshumanizante que hay)...

En los dioses grecorromanos había mucho del animismo de las culturas más primitivas. Se hacían ofrendas y sacrificios a Eolos para que apaciguara el viento y no provocara ciclones; a Vulcano para que los volcanes no erupcionaran; a Neptuno para que no se enfadara y no produjera tempestades marinas...

Si el cristianismo tuvo tanto éxito y se expandió tan rápido, sustituyendo a la cohorte de dioses y diosas, es porque ese sistema religioso no le daba a la gente cosas necesarias.

Creo, pues, que este panegírico al mundo clásico y a sus dioses está fuera de lugar. En lo que sí estoy de acuerdo es en que, aunque el hombre se endiose -se divinice y asimile a Dios por su sabiduría...-, al final quedará siempre una fe, la única fe posible: la del amor.

Agridulce dijo...

Al deseo sexual (libido) la iglesia católica lo llamó concupiscencia. !Qué palabra más fea, concupiscencia!: Sólo de oírla, a una se le corta la libido.

Anónimo dijo...

Lo que no se entiende es cómo surgió en el cristianismo esa visión negativa del sexo, del goce sexual como algo malo y sucio -salvo que vaya ligado exclusivamente a la finalidad reproductiva-. Jesús nunca se ocupó ni preocupó de este tema. Habló mucho de no dañar al prójimo, de no hacer a los otros lo que no desearíamos que nos hicieran a nosotros, pero nunca dijo que las relaciones sexuales sean malas. Así que no sé cómo surgió la obsesión de la Iglesia con este tema.

el bachiller Sansón Karrasko dijo...

El verdadero dios de los impulsos vitales es Abraxas. Se ve muy bien en "Demian", de Hermann Hesse (mucho mejor, por cierto, que el Zaratustra de Nietzsche).

Anónimo dijo...

Hay en el culto a Rimbaud mucho más de morbo que de literatura. Después de una precocidad poética deslumbrante, cuando aún estaba en la veintena inició con el también poeta Verlaine una relación homosexual, que llevó a éste último a abandonar a su familia, huyendo ambos a Inglaterra. Curiosamente este campeón de la bohemia cambió luego de vida y pasó a trabajar como traficante de armas (y, según dicen, de esclavos) en África hasta su muerte. Ver para creer.

Paquito el Chocolatero dijo...

A mí no me extraña que un señor que predica la ética de Nietszche (quien despreciaba la democracia y defendía el superhombre -algo que inspiró la afirmación hitleriana sobre supremacía de la raza aria-), no me extraña -digo- que acabara traficando con esclavos. Supongo que para él los negros de Africa serían infrahombres.

koko Liso dijo...

Paquito, me permito recordarte que la Iglesia católica toleró la esclavitud y, salvo alguna excepción (como Bartolomé de las Casas), no puso reparo a la esclavitud que se practicó en América y también en Europa hasta bien entrado el siglo XIX (o sea, ayer como quien dice). Incluso el propio De las Casas denunció la esclavitud de indígenas americanos pero no le pareció mal del todo la trata de africanos, tal vez por considerar que los negros no eran del todo humanos. A mí la postura de la Iglesia me parece, en este punto, tan recriminable como la de Nietzsche.

Klaus Sperber dijo...

Cuánta gran ignorancia tiene uno que encontrarse en los comentarios aquí escritos, precedentes. Todavía, veo, estamos algunos en el Septiembre Eterno.

Tragikomedia dijo...

Oh, Klaus, tú sí que eres sabio. Ilumina nuestras paupérrimas mentes con tu sabiduría. Sí, amigos/as: Tomad y bebed todos de Klaus, porque éste es su Cuento.

hAiKu dijo...


Aún más intenso
el perfume en los pétalos
que se marchitan.

(SUSANA BENET)

tERESA pANZA dijo...

Mejor pan duro que pan ninguno.

hAiKu dijo...


No estamos hechos
-a lo sumo, adaptados-
para este mundo.

(RAFAEL BALDAYA)

Fuego de palabras dijo...


No vengas a mí con la verdad entera.

No traigas el océano si tengo sed,

ni el cielo si pido luz;

pero trae una pista, algo de rocío, una partícula,

como los pájaros se llevan sólo gotas del agua,

y el viento un grano de sal.


(OLAV H. HAUGE)