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martes, 27 de enero de 2015

Hasta entonces (por Philip Larkin)


Siempre demasiado impacientes por el futuro, adquirimos
la mala costumbre de la esperanza.
Siempre hay algo que se acerca; cada día
decimos Hasta entonces,

desde un acantilado observamos cómo se aproxima
la íntima, nítida y centelleante flota de promesas.
¡Qué lenta es! ¡Y cuánto tiempo pierde
evitando darse prisa!

Y ahí nos tiene, sujetando los tristes tallos
de la decepción, pues, aunque nada frustra
cada gran aproximación, con ostentación de bronce,
cada maroma definida,
con su pendón, y el mascarón con sus tetas doradas
arqueándose hacia nosotros, nunca echa el ancla.
En cuanto se hace presente ya es pasado.


Hasta el final
pensamos que la nave se pondrá al pairo y descargará
todo lo bueno en nuestras vidas, todo lo que nos deben
por esperar tanto y con tanto fervor.
Pero nos equivocamos:

Sólo un barco nos busca, desconocido,
de velas negras que remolca un silencio
inmenso y sin pájaros. A su estela
ni nacen ni rompen las aguas.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Últimamente colgáis poemas tristones. Ya vale, que nos va a dar una depresión. Venga hombre, que hay que venirse arriba...!!!

Tragikomedia dijo...


Gracias por poner a Philip Larkin, ni poeta favorito. En verdad no todo en él es tan desesperanzado. Seguro que lo escribió uno de esos días que (a todos, y a él también) nos salen torcidos.

Dimes Y Diretes dijo...


El nacionalismo consiste en pasarse la vida dando importancia a cosas que no la tienen.

(JAVIER MARÍAS)

Aldonza Lorenzo dijo...

Lengua afilada daña más que espada.

TóTUM REVOLúTUM dijo...


Tarde o temprano, la teoría es asesinada por la experiencia.

hAiKu dijo...


Homero nunca
escribió con bolígrafo
sobre un papel.

(CUQUI COVALEDA)

TóTUM REVOLùTUM dijo...

Quien quiere hacer algo, encuentra un medio.

Quien no quiere hacer algo, encuentra una excusa.

tERESA pANZA dijo...


Mucho ayuda quien no estorba.

casa de citas dijo...


La tristeza llega de muchas formas distintas. Es como una luz intermitente que se apaga y se enciende. Está ahí y es insoportable, porque es imposible tenerla ahí todo el tiempo. Te llena y te vacía. Mil veces al día se me olvidaba que Ole-Jakob había muerto. Mil veces al día, de pronto, lo recordaba. Y ambas cosas me resultaban insoportables. Olvidarlo era lo peor que podía hacer. Acordarme de él era lo peor que podía hacer. Era una sensación de frío que iba y venía, pero nunca de calor. Solo había frío y ausencia de frío. Era como estar de espaldas al mar. Se me helaban los talones cada vez que una ola rompía sobre ellos. Luego la ola se retiraba. Luego volvía.

(STIG SAETERBAKKEN)