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jueves, 27 de agosto de 2015

Instante (por Wislawa Szymborska)


Camino por la ladera de una verdeante colina.

Hierba, florecillas en la hierba,

como si fuera un cuadro para niños.

Un neblinoso cielo ya azulea.

Una vista sobre otras colinas se extiende en silencio.


Como si aquí nada hubiera de cámbricos, silúricos,

ni rocas gruñéndose las unas a las otras,

ni abismos elevados,

ninguna noche en llamas

ni días en nubes de oscuridad.


Como si no pasaran por aquí llanuras

en febriles delirios,

en helados temblores.


Como si sólo en otros lugares se agitaran los mares

y desgarraran las orillas de los horizontes.


Son las nueve y media hora local.

Todo está en su sitio en ordenada armonía.

En el valle un pequeño arroyo como pequeño arroyo.

Un sendero en forma de sendero desde siempre hasta siempre.


Un bosque que aparenta un bosque por los siglos de los siglos, amén,

y en lo alto unos pájaros que vuelan en su papel de pájaros que vuelan.


Hasta donde alcanza la vista, aquí reina el instante.

Uno de esos terrenales instantes

a los que se pide que duren.



8 comentarios:

Tragikomedia dijo...

¿cuánto dura un instante? Antaño a las fotos se las llamaba "instantáneas", porque recogían un instante. Hay instantes que deberían durar para siempre. Le pides permiso a la foto o instantánea para meterte en ella y la muy cabrona no te deja. ¿Y eso por qué?

Anónimo dijo...

Prueba a no pedirles permiso.

F. dijo...

Empapa, Tragi, una badana de ocelote en agua fuerte diluida al onceno de su ley. Nomás acaricies con ella la superficie de la foto, verás cómo se van desprendiendo grúmulos como cabecitas de azabache de alfiler de Comala: son los nitratos de la plata que ahorita se van yendo, dejando en su lugar unas calvitas de perspectiva profunda y como asoslayada, que abren un plano soterrado y huero de estampas y figuraciones: mero desierto de Sonora en miniatura.
No me lo vuelva a tocar en siete días, y póngala a buen recaudo de escuincles y descuideros. A la séptima noche, en las doce campanadas, sumerja la cartulina en solución de goma arábiga al diez por ciento en vinagre de Campeche (se me hace que lo hay en Carrefour). Espere un tantito, como cosa de media hora... Saque el daguerrotipo del caldo filoso y (ahorita me tiene que hilar fino) con los dedos índices extienda los labios de la calvita hacia afuera, como forzando la abertura. Entonces verá que las dimensiones del papel se agrandan como por merito sortilegio y que lo que era calvita es hora una puerta de entrada de tamaño que le permita a usted penetrar en el submundo de la estampa, a poco que se agache y que se atreva.
Dizque en el estado de Guerrero de esta patria, es esta artería bien socorrida. Yo -a que mentirle- solo lo he conseguido cuatro veces. En la más memorable, recorrí el inframundo de un cuadro de El Bosco y aún no me he repuesto del evento.
Salud, Tragi. Y ándele sin miedo.

Tragikomedia dijo...

Grandioso, F. Solamente no entiendo bien la imagen que eligió para adentrarse en ella. Yo tengo unas cuantas fotos (hasta ahora bidimensionales)de gente que ya no está en este barrio, donde de mil amores me metería.

Fred dijo...

Leo ahorita a Juan Rulfo y me influye en lo que escribo. Siempre admiré el fastuoso léxico de los escritores hispanoamericanos y en particular el de los mexicas. También Valle, que escribió su "Tirano Banderas" y fue un paso más allá, inventándose neologismos y giros idiomáticos marca de la casa. Algo de eso hago yo.
La obra de El Bosco en cuestión fue "La Crucifixión de Santa Julia", y la vía de acceso a su inframundo fue a través de un pequeño estoma que se abría al pie de la cruz.
No te desanimes, Tragi, insiste frotando con la gamuza de ocelote: verás.

Anónimo dijo...

A Rulfo le dijo Neruda que escribía poquito, y Rulfo le contestó: -Y usted, don Pablo, escribe demasiadito.

CC dijo...

Aunque en realidad Neruda no se llamaba Pablo ni tampoco Neruda...

F. dijo...

A mí me gustaba más Neftali...