domingo, 2 de agosto de 2015
Objetos olvidados (por Raymond Carver)
En esos tiempos yo era joven y la fuerza
de diez hombres habitaba mi cuerpo. Para
lo que mandaran, eso pensaba.
Trabajaba en el hospital en el turno de noche
y una de mis responsabilidades
cuando el forense terminaba su trabajo
era limpiar la sala de autopsias.
Ellos no tenían horario, algunas veces
terminaban temprano, otras demasiado tarde.
Y dejaban objetos olvidados en la mesa de trabajo
construida para esas tareas en particular.
Un pequeño bebé quieto como una piedra
y más frío que la nieve. Otra vez un negro corpulento
de pelo blanco con el pecho partido por medio,
todos sus órganos vitales
en una bandeja a un costado de su cabeza.
La manguera derramaba agua.
Las luces colgadas del techo encandilaban.
Una vez dejaron sobre la mesa una pierna,
una pierna de mujer, pálida y bien formada.
Yo sabía para qué era la pierna,
en ocasiones los había observado.
A pesar de eso me quedé sin respiración.
Cuando volvía a casa tarde de noche mi mujer
me decía “Cariño, todo va a salir bien.
Podemos intercambiar esta vida por otra”. Pero no era así de fácil.
Ella sujetaba mi mano entre las suyas, con fuerza,
yo me reclinaba en el sillón y cerraba los ojos.
Pensaba en... cualquier cosa. No sabía en qué.
Dejaba que llevara mi mano a su pecho.
En ese momento yo abría los ojos y miraba el cielorraso o el piso.
Entonces mis dedos se arrastraban hacia su pierna,
tibia y bien formada, que ante la más suave caricia temblaba
lista para elevarse con delicadeza. Mi mente
estaba confundida y, cómo decirlo, ¿sacudida?
No pasaba nada. Todo estaba pasando. La vida
era una piedra moliendo y afilándose.
de diez hombres habitaba mi cuerpo. Para
lo que mandaran, eso pensaba.
Trabajaba en el hospital en el turno de noche
y una de mis responsabilidades
cuando el forense terminaba su trabajo
era limpiar la sala de autopsias.
Ellos no tenían horario, algunas veces
terminaban temprano, otras demasiado tarde.
Y dejaban objetos olvidados en la mesa de trabajo
construida para esas tareas en particular.
Un pequeño bebé quieto como una piedra
y más frío que la nieve. Otra vez un negro corpulento
de pelo blanco con el pecho partido por medio,
todos sus órganos vitales
en una bandeja a un costado de su cabeza.
La manguera derramaba agua.
Las luces colgadas del techo encandilaban.
Una vez dejaron sobre la mesa una pierna,
una pierna de mujer, pálida y bien formada.
Yo sabía para qué era la pierna,
en ocasiones los había observado.
A pesar de eso me quedé sin respiración.
Cuando volvía a casa tarde de noche mi mujer
me decía “Cariño, todo va a salir bien.
Podemos intercambiar esta vida por otra”. Pero no era así de fácil.
Ella sujetaba mi mano entre las suyas, con fuerza,
yo me reclinaba en el sillón y cerraba los ojos.
Pensaba en... cualquier cosa. No sabía en qué.
Dejaba que llevara mi mano a su pecho.
En ese momento yo abría los ojos y miraba el cielorraso o el piso.
Entonces mis dedos se arrastraban hacia su pierna,
tibia y bien formada, que ante la más suave caricia temblaba
lista para elevarse con delicadeza. Mi mente
estaba confundida y, cómo decirlo, ¿sacudida?
No pasaba nada. Todo estaba pasando. La vida
era una piedra moliendo y afilándose.
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5 comentarios:
La paz no es natural. La justicia no es natural. Una y otra exigen una determinación, un esfuerzo.
(GANDHI)
En política, todo lo que no son cuentas son cuentos.
Sentadito en la escalera
esperando el porvenir
y el porvenir nunca llega.
Sálvense culpables veinte y no se condene a un inocente.
Por querer imitar a la jirafa, el mono se rompió el cuello.
(proverbio bosquimano)
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