jueves, 10 de septiembre de 2015
La luz del sol nos apuntaba (por Rafael Campo)
No es que a mí no me guste el hospital.
Esos ramos de flores, tan audaces.
Ese vaho de yodo. Los enfermos
absortos y genuinos en sus cuartos.
Mi amigo, el que se está muriendo, ha ido
conmigo a donde los pacientes fuman
con sus tanques de oxígeno a un costado:
un patio de esqueletos. Compartimos
un cigarrillo: una delicia corta,
demasiado. Tomé su mano y era
como asir un llavero. Fue bellísimo:
la luz del sol nos apuntaba, como
si importáramos algo. Merodeé
por un momento el hueco en sus costillas
que se abrió para mí, y junto al estruendo
del salto de su corazón, froté
mis ojos y me dije “estoy perdido”.
Esos ramos de flores, tan audaces.
Ese vaho de yodo. Los enfermos
absortos y genuinos en sus cuartos.
Mi amigo, el que se está muriendo, ha ido
conmigo a donde los pacientes fuman
con sus tanques de oxígeno a un costado:
un patio de esqueletos. Compartimos
un cigarrillo: una delicia corta,
demasiado. Tomé su mano y era
como asir un llavero. Fue bellísimo:
la luz del sol nos apuntaba, como
si importáramos algo. Merodeé
por un momento el hueco en sus costillas
que se abrió para mí, y junto al estruendo
del salto de su corazón, froté
mis ojos y me dije “estoy perdido”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Los hospitales son un mundo (otro mundo) dentro de éste. El lugar del dolor para tanta gente. Sales del hospital y es como salir de un país en guerra y cruzar la frontera a un país en paz. No imagino lo que debe ser trabajar todos los días en un hospital, ese contacto diario , esa inmersión cotidiana en el dolor ajeno.
Agua, hielo y vapor son lo mismo y no lo son.
Soy el dueño de la burra y en mi burra mando yo. Cuando quiero digo arre, cuando quiero digo so.
Mudarás de lugar pero no de natural.
Publicar un comentario