lunes, 7 de septiembre de 2015
Sin barandilla (por Mireia Calafell)
Tras cien peldaños sin barandilla
encontró por fin lo que buscaba:
la llave, y unos metros más allá, una puerta.
Viéndola de rodillas gritar al cielo
-¡ahora, ya lo entiendo, todo aquí recomienza!-
sé también que vosotros habríais llorado.
Y haríais lo mismo que yo, callado como yo,
ante las noches probando con la cerradura,
de boca seca y frío, ¡dejadme entrar!
Era inquietante atender al desconsuelo
de quien no ha entendido que el orden va al revés.
Tuve que marchar, que abandonarla.
¿Podéis por favor ir a por ella
y decirle que amar es primero la puerta,
tener la puerta abierta, y ya después
encontrar la llave que tendrá que abrir el vértigo
de cien escalones subidos sin barandilla?
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3 comentarios:
El norte está arriba y el sur abajo porque fue el norte quien dibujó los mapas.
Al que sigue a la vez dos caminos, se le quiebran las piernas.
(proverbio malí)
Para mí qué encanto tiene un río
con barcas en la orilla.
Estarse junto al agua y ver correr
voluptuosas nubes en su ancho caudal.
Hacerse un sitio allí, en la maleza
azulada, un hueco donde ver
cómo es cosa de poco nuestra vida
y no ser vistos. Y mirar las barcas
tensando y destensando
una cuerda de esparto en la verde
corriente, con el agua de la lluvia
pudriéndose en sus tablas. Esperar
la tormenta y contemplar el cielo
vagabundo y morado. Oír el ruido
de gotas en el río, sus castillos
como timbales delicados.
Y pensar, si se puede,
en quien amamos mucho
o si entonces no amamos, no pensar,
no pensar, no pensar.
Y volver nuestros ojos
a ese mudo transcurso, y vacíos
quedar sin que sepamos
cuánto tiene de sueño
el frío y el dolor
y esas barcas sin gente
chocando unas con otras
o si podremos despertar un día.
(TRAPIELLO)
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