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lunes, 9 de mayo de 2016

Desde fuera (por Fernando Pessoa)


Siempre me ha preocupado, en esas horas ocasionales de desprendimiento en que tomamos conciencia de nosotros mismos como individuos de que somos otros para los demás, la imaginación de la figura que haré físicamente, y hasta moralmente, para aquellos que me contemplan y me hablan, o todos los días o por casualidad.

Estamos todos acostumbrados a considerarnos como primordialmente realidades mentales, y a los demás como directamente realidades físicas; vagamente nos consideramos como gente física, para efectos en los ojos de los demás; vagamente consideramos a los demás como realidades mentales, pero sólo en el amor o en el conflicto adquirimos verdadera conciencia de que los demás tienen sobre todo alma, como nosotros para nosotros.

Me pierdo, por eso, a veces en un imaginar fútil de qué especie de gente seré para quienes me ven, cómo es mi voz, qué tipo de figura dejo escrita en la memoria involuntaria de los demás, de qué manera mis gestos, mis palabras, mi vida aparente, se graban en las retinas de la interpretación ajena.

No he conseguido nunca verme desde fuera.

No hay espejo que nos dé a nosotros mismos como fueras, porque no hay espejo que nos saque de nosotros mismos.

Sería precisa otra alma, otra colocación de la mirada y del pensamiento.

Si yo fuera actor prolongado de cine o grabase en discos audibles mi voz alta, estoy seguro de que del mismo modo quedaría lejos de saber lo que soy del lado de allá, pues, quiera lo que quiera, grábese lo que de mí se grabe, estoy siempre aquí dentro, en la quinta de muros altos de mi conciencia de mí.

No sé si los otros serán así, si la ciencia de la vida no consistirá esencialmente en ser tan ajeno a sí mismo que instintivamente se consiga un alejamiento y se pueda participar de la vida como extraño a la conciencia; o si los demás, más ensimismados que yo, no serán del todo la brutalidad de no ser más que ellos, viviendo exteriormente merced a ese milagro por el que las abejas forman sociedades más organizadas que cualquier nación, y las hormigas se comunican entre sí con un habla de antenas mínimas que excede en los resultados a nuestra compleja ausencia de entendernos.

La geografía de la conciencia de la realidad es de una gran complejidad de costas, accidentadísima de montañas y de lagos.

Y todo me parece, si medito de más, una especie de mapa como el del «Pays du Tendré» o de los «Viajes de Gulliver», broma de exactitud inscrita en un libro irónico o fantasioso para gozo de entes superiores, que saben dónde es donde las tierras son tierras.

Todo es complejo para quien piensa, y sin duda el pensamiento lo torna más complejo por voluptuosidad propia.

Pero quien piensa tiene la necesidad de justificar su abdicación con un vasto programa de comprender, expuesto, como las razones de los que mienten, con todos los pormenores excesivos que descubren, con el esparcir de la tierra, la raíz de la mentira.


5 comentarios:

Indecible dijo...

Nadie puede verse a sí mismo por fuera, desde fuera, ajenamente, desde los ojos de otro. Nadie puede hetero-verse (sólo auto-verse) a sí mismo.

Anónimo dijo...

Todos, excepto quienes no quieren o no saben cómo, pueden hétero-verse.
Posiblemente, no el racionalista extremo.

Silvio SALVATICO dijo...

si recuerdas tus sueños, ellos te hacen ver de que erés capáz, ahí el alma se desdobla y surge el espejo de la misma, muy bueno Pessoa, hace una reflexión para nada tajante pero muy potente, es un escritor genial.

Indecible dijo...

Para verte a ti mismo tendrías que ser otro. No puedes verte ajenamente, externamente, distanciadamente. Nunca estarás fuera de ti.

Lloviendo amares dijo...

Dame tu mano:



Voy a contarte ahora



cómo he entrado en lo inexpresivo



que siempre ha sido mi búsqueda ciega y secreta.



De cómo he entrado



en aquello que existe



entre el número uno y el número dos,



de cómo he visto la línea de misterio y fuego,



y que es una línea subrepticia.





Entre dos notas de música existe una nota,



entre dos hechos existe un hecho,



entre dos granos de arena



por más juntos que estén



existe un intervalo de espacio,



existe un sentir que está entre el sentir.





En los intersticios de la materia primordial



está la línea de misterio y fuego



que es la respiración del mundo,



y esa respiración continua del mundo



es aquello que oímos



y llamamos silencio.





(CLARICE LISPECTOR)