En la peor hora de la peor estación
del peor año de todo un pueblo
un hombre sale de su taller con su esposa,
él caminaba —ambos caminaban— hacia el norte.
Ella estaba enferma por la fiebre del hambre y no podía mantenerse en pie.
Él la levantó y se la echó a la espalda.
Él caminaba hacia el oeste y el oeste y el norte,
hasta que al anochecer llegaron bajo las estrellas de helada.
Por la mañana fueron encontrados muertos,
de frío. De hambre. De las toxinas de toda una historia,
pero los pies de ella se mantenían contra el pecho de él
el último calor de su carne fue su último regalo para ella.
No dejes que ningún poema de amor llegue a este umbral.
No hay lugar aquí para la alabanza inexacta
de la gracia fácil y de la sensualidad del cuerpo.
Sólo hay tiempo para este inventario sin piedad:
Su muerte juntos en el invierno de 1847.
También lo que sufrieron. Cómo vivieron.
Y qué hay entre un hombre y una mujer.
Y en qué oscuridad se puede demostrar mejor.
3 comentarios:
Ayer oí en la radio "Sin ti no soy nada", de Amaral, y de pronto me pregunté: ¿Quién podría merecer (y qué tendría que haber hecho) alguien para que otra persona le diga "Sin ti no soy nada"?
Veinte días que llevo
sin ella al lado.
Veinte días lloviendo
sobre mojado.
Jorge Luis Borges, además de morir y ser enterrado en Ginebra, también estudió en esa ciudad durante su juventud, concretamente en el Liceo Jean Calvin, y uno de los detalles que más le sorprendió de los planes de estudio es que, a la hora de estudiar historia, solo se estudiaba historia universal: la historia de Suiza era solamente una asignatura optativa. ¿Cómo?, se preguntará alguno de los inevitables nosotristas ibéricos, ¡los suizos están locos! ¿Cómo podían considerar más importante lo que realizó el 100% de la humanidad antes que su amadísimo 0’1%?
(NEORRABIOS@)
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