¿Cómo me vas a explicar,
di, la dicha de esta tarde,
si no sabemos por qué
fue, ni cómo, ni de qué
ha sido,
si es pura dicha de nada?
En nuestros ojos visiones,
visiones y no miradas,
no percibían tamaños,
datos, colores, distancias.
De tan desprendidamente
como estaba yo y me estabas
mirando, más que mirando,
mis miradas te soñaban,
y me soñaban las tuyas.
Palabras sueltas, palabras,
deleite en incoherencias,
no eran ya signo de cosas,
eran voces puras, voces
de su servir olvidadas.
¡Cómo vagaron sin rumbo,
y sin torpeza las caricias!
Largos goces iniciados,
caricias no terminadas,
como si aún no se supiera
en qué lugar de los cuerpos
el acariciar se acaba,
y anduviéramos buscándolo,
en lento encanto, sin ansia.
Las manos, no era tocar
lo que hacían en nosotros,
era descubrir; los tactos
nuestros cuerpos inventaban,
allí en plena luz, tan claros
como en la plena tiniebla,
en donde sólo ellos pueden
ver los cuerpos,
con las ardorosas palmas.
Y de estas nadas se ha ido
fabricando, indestructible,
nuestra dicha, nuestro amor,
nuestra tarde.
Por eso no fue nada,
sé que esta noche reclinas
lo mismo que una mejilla
sobre este blancor de plumas
-almohada que ha sido alas-
tu ser, tu memoria, todo,
y que todo te descansa,
sobre una tarde de dos,
que no es nada, nada, nada.
4 comentarios:
La tristeza de los sexos negros frente a los vientres blancos.
(MIGUEL HERNÁNDEZ)
Y ahora yacen separados, cada uno en su cama,
él con su libro, la luz que lo acompaña hasta
el amanecer,
ella, como una niña, durmiendo con placidez,
soñando su infancia;
y todos los hombres en otro sitio, atentos,
como si esperaran una revelación:
el libro no leído que él sostiene,
los estáticos ojos de ella bajo las sombras.
A la intemperie, como los desechos anegados de una
pasión olvidada,
ambos se tienden lánguidos e impasibles.
Difícilmente volverán a tocarse
y si lo hacen es apenas como una confesión
de sentimientos que ya no tienen, o que poseen
en demasía.
La castidad los reclama, un porvenir
para el cual la totalidad de sus vidas fue sólo
una preparación.
¿No lo han advertido?
Estoy hablando de mi padre y de mi madre,
cuyo fuego, ese que antaño me engendró, hoy yace enfriado.
(ELIZABETH JENNINGS)
Cuesta arriba me da pena;
cuesta abajo, calentura;
pero al pisar la taberna
todas mis penas se curan.
Pasa una mosca
junto al perro que muerde
de golpe el aire.
(ANTONIO MORENO)
Publicar un comentario