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domingo, 29 de abril de 2018

Por ninguna razón en concreto (por Ray Bradbury)


¿Por qué nadie me habló de llorar en la ducha?
Qué sitio tan perfecto para el llanto,
qué sitio tan idóneo para abandonarse
sabiendo que nadie te oye.
Dejas caer tus lágrimas. Sabes que entre las gotas
no molestan a nadie, excepto a ti. Allí de pie
enjuagas tu tristeza,
tu cabeza y tu rostro son masajeados por tormentas primaverales
o, pensándolo mejor, por la lluvia de otoño.
Te vacías hasta quedarte en nada. Después te colma el gozo.
Pero primero viene la tristeza, su posesión.
Más tarde, la sed de melancolía encuentra su hueco
en los rincones y conoce el dolor.
Puede llevarte a ella: la última hoja de un árbol;
o quizás el modo en que la brisa, acompañada de gatos,
avanza con sigilo por el césped;
o un chico en bici
vendiendo a gritos el final del verano;
o un juguete abandonado como una duda sobre un sendero;
o una niña con una sonrisa tan inocente que te parte el corazón;
o ese frío momento en que todos los lugares y rincones y habitaciones
de tu casa se quedan vacíos y silenciosos,
en que se van tus hijos, sus cálidos dormitorios se vuelven helados,
y sus camas (esponjosos pasteles en verano
que, sin la levadura, se deshacen),
esperan que los gatos visiten a esos fantasmas medio olvidados
durante el largo otoño.
Así, por ninguna razón en concreto,
crecen los antiguos océanos,
tus ojos se llenan de sal;
entonces muere algo desconocido y debe ser llorado.
De pie, bajo la ducha, a mediodía o por la noche
es lo correcto y bueno y adecuado.
Lo que nunca entendiste, ahora lo comprendes.
Tu tierra interior se nutre maravillosamente de lágrimas:
los años que has traído para cosechar
ya están segados y almacenados;
los amores, precintados y ordenados.
Una vida entera encerrada en tu sangre, se libera y desata.
Conócela. Arrójala
fuera de tus ojos bajo el dulce fluir de las lluvias.
Pero ahora, presten atención, hombres duros, buenos muchachos:
esto no sólo es útil para mujeres perdidas o abandonadas;
su necesidad es idéntica.
Sigan su ejemplo.
Tomen prestado el dolor y despreocúpense.
Por Dios, inténtenlo.
No se trata de aprender a llorar
sino de aprender a morir.
Lloren hasta la madrugada.
Conmocionados por la lección aprendida,
ríanse como recién nacidos a la hora del baño y griten:
Maldita sea, muchachas. ¿Qué significa esto?
Dulces viudas, váyanse al infierno.
¿Por qué?
¿Por qué, por qué, oh Dios, por qué
nadie me habló de llorar en la ducha?



7 comentarios:

Anónimo dijo...

Llorar puede ser equilibrante y liberador

casa de citas dijo...

Esta historia (de nuestra villa natal) sería curiosa porque, además de ser muy corta, tendría la particularidad de no contener ni hechos gloriosos ni personajes de fama y de renombre. Sospecho que esta falta de tradición brillante entristecería a mucha gente. A mí me encanta haber nacido en un pueblo que no ha producido ningún redentor ni ningún coleccionista de sensaciones raras, ni ningún predicador estentóreo. Esto me da una sensación de ligereza y de libertad.

(JOSEP PLA)

Dimes Y Diretes dijo...

Lo que sabemos entre todos, eso no lo sabe nadie.

(ANTONIO MACHADO)

Radio Makuto dijo...

Cuando termine la muerte,
si dicen a levantarse,
a mí que no me despierten.

Que por mucho que lo piense
yo no sé lo que me espera
cuando termine la muerte.

No se incorpore la sangre
ni se mueva la ceniza
si dicen a levantarse.

Que yo me conformo siempre
y una vez acostumbrado
a mí que no me despierten.

(MANUEL ALCÁNTARA)

Lloviendo amares dijo...

Es que tengo alegre la tristeza.

(BÉCQUER)

Anónimo dijo...

e il naufragar m’ è dolce in questo mare

Fuego de palabras dijo...

Un viejo payaso reparte folletos en la estación, anuncian
un circo ambulante.Sin duda, es así como terminan
los payasos: sustituyendo una máquina (o a un niño).
Lo observo atento: quiero saber cómo terminan los payasos.

Entre la melancolía y la salvaje risa contagiosa
desaparece lentamente el equilibrio lleno de encanto;
año tras año el surco de las mejillas es más profundo,
y al final queda la desesperanza de una nariz demasiado grande

y movimientos torpes de anciano, ya no son una parodia
de los saludables e irreflexivos, son un panfleto que culpa
la imperfecta constitución del cuerpo, el error
del arquitecto. Queda la luz de la ancha frente, la lámpara
de una tez demasiado blanca (ahora sin polvo), unos labios
finos y unos ojos por los que mira ya un extraño, se asoma
con frialdad alguien que podría ser el futuro inquilino del rostro
(si se consiguiese prorrogar el alquiler de esa tristeza).

Es así como terminan los payasos, cuando se adentra en nosotros
la gran indiferencia del mundo, amargamente, como plomo en la boca.

(ZAGAJEWSKI)