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viernes, 24 de enero de 2020

Silencio (por Sharon Olds)


Cuando vivíamos juntos
el silencio en la casa era más denso
que el silencio después de que se fuera.
Antes el silencio era como un gran alboroto
de laboriosidad en la distancia,
como el hondo rugido de las minas.
Cuando se fue, estudié el silencio
de mi antes-marido como algo casi sagrado,
la llamada de un recién nacido mudo.


Texto:
Aunque su presencia se detecta
por la ausencia de lo que niega,
el silencio
posee un poder que presagia miedo
para aquellos que se encuentran en él.
No visto, nunca oído, ininteligible,
el silencio desconcierta porque oculta.

Texto:
Las aguas me rodeaban, incluida el alma:
la profundidad me envolvió,
las algas estaban enrolladas alrededor de mi cabeza.


Viví al lado de él, en su quietud y reticencia,
a veces lo provocaba
llamando a su abstraída máscara
su Mirada de Caimán,
buscando una forma de aceptarlo tal cual era,
bajo la ley de que él no podía hablar,
y cuando yo grité en contra de esa ley
se limitó a su absoluto,
salió por su puerta de salida.
Y casi me parecía un héroe,
viviendo, como yo vivía, bajo la ley
que me impedía ver a quien yo había elegido
que sólo podía asociarme con él como un ser
fijado como si fuera un elemento, casi ideal,
sin envidia o mezquindad.
En las últimas semanas,
de día nos movíamos a través del despedazarse,
mientras duraba, de la unión,
y en la noche el silencio yacía con la ceguera
y cantaba y veía.



1 comentario:

Lloviendo amares dijo...

Usted conoce cada centímetro de su piel, el timbre de su voz, los movimientos de sus ojos y casi todas sus reacciones. Le gusta su risa, su manera de andar, y hasta (por ejemplo) una leve imperfección solo por usted conocida, tal vez. En suma, ya tuvo ocasión de estar con ella. Sin embargo, si la contempla durante su sueño, sin duda tendrá la impresión de no conocerla del todo. Ese rostro ya no está presente a sí mismo, se ha como ausentado desde adentro. Con los ojos cerrados, el cuerpo lánguido, la postura inesperada, esa inocencia testaruda. Y la respiración, que se oye como otro abandono. ¿Por qué experimenta esa tan curiosa mezcla de inmensa confianza, de leve inquietud y de
vaga molestia, como si contemplara alguna escena que no debería ver? Sin duda, será la yuxtaposición de presencia y ausencia lo que crea ese desconcierto. Acaso ya no sabe usted si esa Bella Durmiente realmente es la misma que la que usted ama. Jamás lo sabrá. Puede ser divertido. O no. Entonces solo puede apelar a su ternura, que lo llevará a su encuentro, en lo más intenso de ese silencio del que ella nada sabrá.

(ROGER-POL DROIT)