El terror del día
hace temblar el cuerpo
como si estuviera desnudo.
Cerrar los ojos, apretar los dientes, beber el propio
aliento,
puede llegar a salvarte.
O tal vez el calor de tus recuerdos.
(Es extraño ver cómo quedan las cosas de los que
se han ido.
No se hablan más que a sí mismas,
como si estuvieran ciegas).
Todo está bien mientras nada se mueva.
No hay que arriesgarse al azar de las calles;
la mañana mira por los ojos de las estatuas:
todo se refleja en su iris vacío.
Y los huesos gimen
su dolor de carne, de pequeña luz,
tan fácil de apagarse.
El cuerpo se ampara a sí mismo,
como las manos ocultan la llama
a los golpes del viento.
1 comentario:
No hay verdadera felicidad sin autoaprobación.
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