En medio de la cena se levantó y, tras abandonar
la mesa, salió fuera. La luna brillaba
como en invierno; las negras sombras del zarzal
volcadas sobre el perfil de la empalizada
se dibujaban en la nieve con tanta claridad
que parecía que allí hundieran sus raíces.
Alrededor, ni un alma. Latir del corazón.
Tal es el ansia de todo ser
viviente por superar cualquier frontera,
por desbordarse a lo alto y ancho, que
basta sólo con que asome una estrella,
sea cual sea, para que en ese mismo instante
el entorno se vuelva presa,
no de nosotros, sino de nuestros sueños.
1 comentario:
Si el Eterno Espectador dejara de soñarnos un solo instante, nos fulminaría, blanco y brusco relámpago, Su olvido.
(BORGES)
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