Está mi infancia en esta costa, bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo, sombra veloz, nubes de espanto,
oscuro
torbellino de alas, azules casas en el horizonte.
Junto a la gran morada sin ventanas, junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.
¡Oh, mar de todos los días,
mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!
Allí destruyo con brillantes piedras la casa de mis padres,
allí destruyo la jaula de las aves pequeñas,
destapo las botellas y un humo
negro escapa y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.
Están mis horas junto al río seco, entre el polvo
y sus hojas palpitantes,
en los ojos ardientes de esta tierra
adonde lanza el mar su blanco dardo.
Una sola estación, un mismo tiempo de chorreantes dedos
y aliento de pescado.
Toda una larga noche entre la arena.
Amo la costa, ese espejo muerto en donde el aire
gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.
Aquí en la costa escalo un negro pozo,
voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre ciego pupilas luminosas
y vacías,
o habito el interior de un fruto muerto, esa asfixiante seda,
ese pesado espacio poblado de agua y pálidas corolas.
En esta costa soy el que despierta entre el follaje de alas pardas,
el que ocupa esa rama vacía,
el que no quiere ver la noche.
Aquí en la costa tengo raíces, manos imperfectas,
un lecho ardiente en donde lloro a solas.
4 comentarios:
No sabes que estás creando buenos recuerdos, solo sabes que estás divirtiéndote.
(WINNIE THE POOH)
La
verdad
existe
pero se desplaza. La
verdad por otra
parte no es un objeto
es una relación. Es como
un resplandor que se desplaza
sobre los objetos, sobre la geografía
sobre la columna vertebral
de las cosas.
Y es la relación de las hebras en
un tejido la que produce el resplandor.
(CLAUDIO BERTONI)
Y la memoria sigue negándome el acceso allá donde deseo ir, dejándome acceder únicamente a otros lugares y nunca a los que deseo. Estúpida puerta cerrada con llave. Máquina soberana estúpidamente preocupada con su función y su tarea: recordar, preservar indeleblemente, permanentemente. Aunque eso tampoco es cierto. Morirá conmigo, guardián fanático, mísero tirano, burlón, rebelde, duro de mollera, tan invariable y al mismo tiempo tan incierto, despiadado y a la vez sensible, como una masa de carbón con la delicada impronta de una hoja. ¿Cómo puedo entender la memoria? ¿Cómo puedo aceptarla? ¿Redes neuronales, sinapsis, circuitos de McCulloch? No, no hay explicación en este sabio y absurdamente científico sentido; es inútil, hay que dejar que la memoria siga siendo lo que es. La memoria y yo somos un par de caballos que se observan con suspicacia, que tiran del mismo carruaje. Así que vamos allá, inseparable y desconocido compañero mío, mi enemigo, mi amigo.
(STANISLAW LEM)
Son importantes tantas cosas
-madre-. El olor
de naftalina, los baúles
en los que vamos destripando
sueños, años pasados
bajo la misma sombra. Sin embargo,
preparo con prisa mis maletas, vacío
los cajones rencorosa
de una alegría que no pudiste
darme, y es todo tuyo
madre-. Las maderas
que rechinan vengativas, los cuadros
de dudosa
firma, las bandejas de plata que transportaron
turrones navidades
pasadas y nunca perseguidas.
Hago el inventario
-cruel siempre- que me anuncia
tu presente
concepción de silencios. Hago
y olvido, varias
docenas
de bordadas enaguas y colchas
con mi nombre. Las mantas
-madre- quedan con su olor a naftalina
enmohecida, quedan
los pares de zapatos viejos, mi primer
par de medias, el bolso
que estrené una mañana, cuando tuve
que esconder mi pañuelo
demasiado grande para una sola
lágrima. Mi estatura
se parte -frente a ti- y sólo
queda un murmullo
de alas vencidas por la vida. Me olvido
de las cosas importantes. Del vaso
de mis fiebres, de las horas
pasadas sobre mí como en la muerte. Me llevo
todo -madre-. Hasta esa lágrima
dormida entre mis ojos. Dejo
a cambio el inventario -firmado y rubricado-
de mis sueños. Abres la puerta, salgo
cierras. Vuelves
por el largo pasillo de la casa. Enderezas
ese cuadro
torcido, que yo moví al pasar y quizá
pienses en pintar las paredes
de mi cuarto, en cambiar las cortinas,
en recoger pisadas que aún
nos viven,
que nos pueblan de adioses
presurosos, como alargados trenes
que no paran. Que no te importe
nada, madre, madre. Que no te importe
la sangre -madre mía- que en río
de silencios nos separa. Que no te importen
las llaves que perdiste
para impedir mi marcha.
(PALOMA PALAO)
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