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domingo, 6 de marzo de 2011

Bebiendo agua juntos (por Russell Edson)

Desde que el helecho puede ir al fregadero a beber agua,
de buena gana me he impuesto la tarea de llevar
dos vasos al fregadero.
Y así nos sentamos, mi helecho y yo, bebiendo juntos
agua a pequeños sorbos.

Por supuesto, soy más complejo que un helecho, tan lleno
de profundos pensamientos estoy, pero los arrincono
a favor de la agradable compañía de una amistad vespertina.

No me importa beber agua con un helecho, es más,
si por mí fuera cruzaría el cielo hasta Estocolmo bebiendo
un bloody mary con un chorrito de lima.

Y así nos sentamos, bebiendo agua juntos en una tarde solitaria.
El helecho contemplando sus frondas, y yo las mías.

11 comentarios:

F. dijo...

La soledad de los nórdicos.
Países.

Emilia Alarcón dijo...

Sí, F., y también esa amistad entre dos seres vivos, uno animal y otro vegetal, uno cerebrado y otro descerebrado (por ahora). Feliz semana.

F. dijo...

Para que veas, Emilia, mi amor por los árboles, te hago llegar una carta que envié a un amigo va a hacer ahora dos años:

Estimado Alejandro:
A la manera de esos pelmazos que cuando coinciden en el café con un médico, más o menos amigo, terminan remangándose la camisa para que vea aquella manchita que le salió a la altura del deltoides, yo voy a aprovechar tu condición de científico y ta voy a hacer una consulta, quizás tan intempestiva como aquella, por si me ayudas a encontrar solución.
En el jardín de mi casa crecen dos pomares de mediano porte, de la clase Golden. Todas las primaveras se adelanta su floración a la de otros congéneres de clase distinta y se llenan de flores de un leve color rosado. Toda una belleza. Germinan con facilidad y en un momento dado cuando los frutos son aún muy pequeños, el borde de las hojas se ennegrece y se pliega hacia dentro, fruncido y feo. Más adelante, las manzanas se van salpicando de manchas y cuando llegan a su pleno desarrollo resultan agrietadas y deformes.
En vista de esta calamidad, busqué consejo y le apliqué cobre en aspersión. No hubo mejores resultados. Tan fue así que sopesé emplear el hierro, dado que el cobre no sirvió. Me refiero a que pensé en talarlos.
Pero me duele hacerlo porque hace años experimenté una vivencia que me marcó.
Había entonces en un ricón del jardín un árbol insignificante, que ni era bello ni tenía bonitas flores ni fruto que conociera. Además, tenía las hojas ralas y pequeñas, de un verde pálido y apagado, por lo que ni siquiera era agradable su sombra. Decidí talarlo. Y un día me acerqué a él hacha en ristre (una vieja herramienta de hoja ancha y bien templada que heredé de mis mayores). Calculé dónde iba a asestarle el primer golpe, y volteando el hierro descargué un potente hachazo en la base del tronco; resultó una herida profunda y oblicua. Voví a golpear en el mismo sitio y cayó al suelo una rodaja de madera, como un gajo de naranja. Cuando iba a descargar otro golpe más reparé en la herida abierta y noté que la entraña de madera blanca se había enrojecido; tal parecía que se estaba tiñendo de sangre. Me sentí mal y detuve la tala. Hoy, la herida ha cicatrizado, han nacido anillos de corteza que rellenan casi todo el hueco de mi salguero; porque así se llama este árbol mío, al que prefiero sobre todos los demás.
Si alguna vez decidís talar un árbol, hacedlo con un hacha. No empleéis la odiosa sierra mecánica, que convierte la muerte de un árbol en una maniobra mecánica e innoble. Además, si yo lo hubiese hecho en aquella ocasión, la rapidez de la ejecución sumaria no me hubiese dejado reflexionar sobre lo que estaba haciendo. Y hoy no tendría este no sé si hermoso, pero querido árbol.

27 Marzo 2009.

Emilia Alarcón dijo...

Me ha emocionado, F., tu carta. ¿Te imaginas cuánto sufrirían los árboles si tuvieran neuronas, receptores sensitivos, sistema nervioso, cerebro...? Pero ¿y si poseen otra clase de sensibilidad, otra forma de percepción que circula por sus conductos fractales (esa forma de venas), por esa especie de sangre clorofílica a la que llamamos "sabia"? Dime, F., ¿quién avisa a los girasoles del lugar dónde está el sol en cada momento? (¿Has leído "Los girasoles ciegos"?) Y, cuando una semilla es sepultada en la oscura Tierra, ¿como se orienta?, ¿quién le dice hacia dónde tiene que hacer salir sus brotes y hacia dónde sus raíces?

F. dijo...

Efectivamente, Emilia; nos hemos forjado un mundo antropocéntrico y nos olvidamos de que somos una concreción de polvo cósmico, igual que las plantas, que el humilde escarabajo, que los guijarros del río...
Dentro de una hora he de ir a mi Arcadia Feliz a extasiarme con la eclosión de los árboles dormidos. Es una época muy bella del año: hartos de las brumas del invierno, de la grisura de los cielos, de los troncos descarnados, asistimos al prodigio anual de la primavera en ciernes. Y ves que las yemas pujantes y las primeras flores (las violeta de los ciruelos y de los melocotoneros) expresan la sabiduría de la Naturaleza.
Pero todo tiene un precio, Emilia: volver a gozar de este prodigio... me cuesta un año de vida.

B.

Emilia Alarcón dijo...

F, hablando de árboles hay un relato de Saiz de Marco sobre un árbol que es talado. Te lo paso:

CUANDO UN AMIGO SE VA


No tiene nombre. No es un castaño, ni un roble, ni un peral, ni una higuera. Tendrá, a lo sumo, un nombre en latín en libros de botánica. Pero no lo necesita. Es, simplemente, el árbol.

Tampoco se sabe quién lo plantó. Sólo se sabe que es alto, grueso y frondoso. Y que está “desde siempre” en el patio del colegio.

Bajo su copa han jugado muchas generaciones de niños. Casi todos han trepado por su tronco, han atado una cuerda a alguna rama para hacer un columpio y se han sentado a su sombra a la hora del recreo. Algunos han escrito en su corteza el nombre de su amor, de ese amor primigenio de los doce años.

La caída de sus hojas avisaba del otoño. El verdecer de sus ramas anunciaba otro abril, de nuevo manga corta, el final de otro curso. Hacia mayo le brotaban unas flores pequeñas y blancas, que esparcían por el patio un olor dulce. Y después unos frutos morados y redondos, supuestamente no comestibles (aunque muchos niños de Preescolar los mordieron y no les pasó nada), que servían para jugar a las canicas.

Hoy van a derribarlo. Se ha hecho viejo y su tronco se ha ablandado. La madera presenta signos de podredumbre. Está enfermo.

La noticia ha corrido por el barrio. Los alumnos lo han dicho a sus padres, muchos de los cuales acudieron, de niños, también a ese colegio.

Por eso es mucha gente la que asiste al derrumbe. Tres operarios van a talarlo. Mientras uno corta con la motosierra, los otros tiran de una cuerda atada al tronco.

Finalmente se dobla y cae. Despacio, sin estrépito (sus ramas amortiguan la caída), hasta quedar yacente en el patio. En ese patio que ya no será el mismo.

Cuando está en el suelo, muchos se acercan a verlo. El tronco amputado exhibe incontables círculos concéntricos. Hay quien arranca hojas y se las guarda en el bolsillo. Junto a una de las ramas se ve un nido. En el suelo hay trozos de cascarón: huevos de pájaro rotos al caer.

Algunos de los congregados se van sin despedirse, apresuradamente, temerosos de que los demás les vean llorar por un árbol.

Emilia dijo...

Qué horror: viendo un comentario mío anterior observo que escribí "sabia" con b, cuando me refería a la sustancia que circula por los vasos de las plantas. Las plantas son sabias, pero este líquido se llama también "savia" si bien se escribe con v. Sorry.

M.A. dijo...

No te preocupes, Emilia, 1que faltas y despistes de ortografía tenemos todos-as.

casa de citas dijo...

Tres clases hay de ignorancia: no saber lo que debería saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse.

(LA ROCHEFOUCAULD)

Dimes Y Diretes dijo...


Cuando los dioses ya no existían y Cristo aún no había aparecido, hubo un momento único, desde Cicerón a Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre.

(YOURCENAR)

casa de citas dijo...



La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia.

(SÓCRATES)