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sábado, 5 de marzo de 2011

Y nunca han vuelto su mirada a mí (por Francisco Brines)

Todos los días pasan,
y yo los reconozco. Cuando la tarde se hace oscura,
con su calzado y ropa deportivos,
yo ya conozco a cada uno de ellos, mientras suben en grupos
o aislados,
en el ligero esfuerzo de la bicicleta.
Y yo los reconozco, detrás de los cristales de mi cuarto.
Y nunca han vuelto su mirada a mí,
y soy como algún hombre que viviera perdido en una
casa de una extraña ciudad,
una ciudad lejana que nunca han conocido,
o alguien que, de existir, ya hubiera muerto
o todavía ha de nacer;
quiero decir, alguien que en realidad no existe.
Y ellos llenan mis ojos con su fugacidad,
y un día y otro día cavan en mi memoria este recuerdo
de ver cómo ellos llegan con esfuerzos, voces, risas
o pensamientos silenciosos,
o amor acaso.
Y los miro cruzar delante de la casa que ahora
enfrente construyen
y hacia allí miran ellos,
comprobando cómo los muros crecen,
y adivinan la forma, y alzan sus comentarios
cada vez,
y se les llena la mirada, por un solo momento,
de la fugacidad de la madera y de la piedra.

Cuando la vida, un día, derribe en el olvido sus
jóvenes edades,
podrá alguno volver a recordar, con emoción,
este suceso mínimo
de pasar por la calle montado en bicicleta,
con esfuerzo ligero y fresca voz.
Y de nuevo la casa se estará construyendo,
y esperará el jardín que acaben estos muros
para poder ser flor, aroma, primavera,
(y es posible que sienta ese misterio del peso de mis ojos,
de un ser que no existió,
que le mira, con el cansancio ardiente de quien vive,
pasar hacia los muros del colegio),
y al recordar el cuerpo que ahora sube
solo bajo la tarde,
feliz porque la brisa le mueve los cabellos,
ha cerrado los ojos
para verse pasar, con el cansancio ardiente de quien sabe
que aquella juventud
fue vida suya.
Y ahora lo mira, ajeno, cómo sube
feliz, encendiendo la brisa,
y ha sentido tan fría soledad
que ha llevado la mano hasta su pecho,
hacia el hueco profundo de una sombra.

7 comentarios:

tERESA pANZA dijo...

Entre broma y broma, la verdad se asoma.

Cide Hamete Benengeli dijo...

No sé el nombre que en verdad tú te mereces.
Lo busqué y no existe en el diccionario.
Si quisiera describir lo que pareces,
le harían falta letras al abecedario.

¿Y qué hablar de tus infames actitudes?
No merecen ser siquiera pronunciadas.
Has perdido la última de tus virtudes
al hacerme así la vida desgraciada.

Ojalá que te encuentres a quien por mí te perdone
y de paso sea también quien te traicione
y te diga el nombre que debes llevar.

Al dijo...

Mi señor Cide Hamete, aquí ha habido un maladetto imbroglio. Resulta que un servidor pensaba que el alter ego de vuesa merced era E.A. y ahora dudo si no será S.S.: una endiablada referencia a la cata de queso de Cabrales adobando un plato de papas fritas, me ha metido por un callejón laberíntico y ello ha dado lugar a una desafortunada (por equívoca) peripecia que me urge dilucidar.
A la vista de lo que vuesa merced versifica más arriba, no parece que sea el momento idóneo para hacerle preguntas de este tenor pero, si lo tiene a bien, le agradecería que me aclarase la cuestión, para confort del espíritu, alivio de penas o simple distensión de los músculos (faciales).
No puedo ser más o cordial en la misiva porque no SÉ con quien
estoy hablando.
Se lo iba a agradecer infinito, Cide Hamete.

Salud.

BSK dijo...

Sr. Al o F.: Ni lo uno ni lo otro. Le escribe en persona el bachiller Sansón Karrasko. Me conocen asimismo por Aitor y, para más señas, soy hermano de Sandra (lo cual no significa que esté de acuerdo en todo con ella). Si alguna vez vuecencia pasa por la ciudad de los cármenes, avísenos y le invitaremos a nuestra tertulia sabatina en la que semanalmente elegimos los poemas de zUmO. Así además podrá conocer, en persona, a nuestra dulcinea (no del Toboso, pero dulcenea al fin y al cabo) Aldonza Lorenzo y a la no menos refranera Teresa Panza.

Don Alonso dijo...

Acabáramos, mi buen bachiller Sansón Kharrahstko, acabáramos. No soy yo quien para daros consejos sobre cómo evitar los desastres de los pseudónimos, ni me voy a emplear en lo que los embozos, máscaras, afeites y demás camuflajes pueden traer consigo, de modo que me viene como anillo al dedo citar el ejemplo de Gilda, la hija de Rigoletto, que pereció a manos del sicario Sparafucile, por haberse la desdichada travestido de varón.
Vuestra sorella, la divina donna Sandra Kharratskho Malatesta, al amparo de la fronda del anonimato, osó hacer sangre en la honra y fama de un letrado de mi estima superlativa. Zahiriolo, suponiéndole aviesas intenciones que tenían que ver con el medro propio y el vano oropel de los fatuos y de ligeros de cascos. Sentome mal, ajusteme el tahalí, desenvainé el acero y obsequiele con unas fintas y arabescos del, más porque quedase patente el desagrado y el mal cuerpo que por real deseo de ofender.
Fueme doblemente hiriente el desdén y la inquina que mostró la incógnita corresponsal por pensar que venían de persona que tenía acreditada otra inclinación (o así lo suponía yo).
Enfademe, protesté, mostré mis credenciales (que no mis padrinos), lancé alguna imprecación y no hubo más..., como no fuera cierta desazón y un principio de remordimiento por verme en tal desmesura.
Mas la que luego resultó ser la afable donna Susana (de terceras se vio, que no de segundas), contestó con tal mesura, buen temple y mejor dispossición, que hizo que se ablandara el guantelete que tenía trabado bajo el jubón y me acometió una blandura tal del carácter y un afán por congraciarme con quien tal había sufrido la hosca acometida de este hirsuto caballero que..., que nada más que acabaron de hacerme la barba esta mañana, pedí recado de escribir y pergeñé esta carta que os dirijo con la mejor intención que un caballero pueda abrigar en su corazón.
Sea ella, pues, hermoso puente de piedra de Villa Mayor, dorada y de labra placentera, que yo os tiendo, queridos amigos míos, querida donna Sandra, a la espera de tiempos mejores, que me endulcen el carácter y que me libren de la zozobra en la que vivo.

Salud.

Cide Hamete Benengeli dijo...


Dicen que me has de llevar
a vivir a una montaña.
Llévame donde tú quieras,
que el querer todo lo allana.

cajón desastre dijo...



Todos los necios son obstinados y todos los obstinados son necios.

(GRACIÁN)