lunes, 27 de agosto de 2012
Centrifugado del reo (por Harkaitz Cano)
Hay a quien se le hace duro.
El truco consiste en mirar las cosas fríamente:
sentarse allí, en la silla, con la misma tranquilidad
con que uno lo haría en la peluquería,
con la única preocupación de si le cortarán
demasiado el flequillo o le arreglarán bien las patillas.
Inspeccionar con ojo clínico de trapero
aquel aparato lleno de correas: un electrodoméstico más.
Como si la silla fuese un congelador que ralentiza
fotogramas desperdiciados en amor y rencores
que te sobrevivirán en los cerebros de quienes te recuerden.
O mejor aún: mirar la silla,
observarla como si se tratase de un trono
del otro lado del espejo, o mejor, de una simple
lavadora. Eso es: quedémonos con la lavadora.
Mirarla como si se tratase de un aparato ensalivador
que masca tus camisas hasta darles el aroma del limón
y hace girar la ropa sucia de tu vida,
ropa que tú mismo has apelmazado y metido dentro.
Te conducen a ella, te invitan a sentarte,
atan las correas y te dan una última oportunidad
para decir algo:
quizá te dé por pedir un cómic de Hugo Pratt
mientras aguardas el desenlace.
Puede que te dejen fumar un último pitillo
(depende del día, las normas son las normas).
Nunca más deberás tender la ropa,
adiós al fatigoso incordio de coladas que gotean.
Todo ha acabado para ti. Y todo, esa palabra,
se te antoja un par de vaqueros aún no gastados,
cuando la silla eléctrica comienza a centrifugar.
El tiempo justo de preguntarte: -¿Quién vestirá mis ropas?
La furgoneta de los traperos ha alcanzado una curva
y bailan por última vez
las camisas del condenado.
Un viejo de lacia melena
introduce monedas en la secadora
mientras chupa la corteza de un limón
y sigue como si nada.
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9 comentarios:
Se muere el hombre más celebrado, y a los diez días ya está olvidado.
Si pudiéramos ver todos los problemas y preocupaciones de los demás, rápidamente regresaríamos a los nuestros.
(REGINA BRETT)
Cuando me siento en la cama,
lágrimas como garbanzos
caen rodando por mi cara.
Hay que bajar al valle para ver bien la montaña.
Hay que subir a la montaña para ver bien el valle.
No atribuyas nunca a maldad lo que puede explicarse por la simple estupidez.
(HANLON)
El arte de callar es tan grande como el arte de hablar.
(proverbio alemán)
Quien se va sin que lo eches, vuelve sin que lo llames.
¡Qué antiguas eran ya las armas, qué viejos eran ya los hombres, qué decrépito el mundo, qué anciana la palabra, ya en tu guerra, oh rey Agamenón!
(FERLOSIO)
Lo importante no es saber, sino tener el teléfono del que sabe.
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