lunes, 11 de febrero de 2013
Porque podía escribirse (por Saiz de Marco)
Me acuso
de haber escrito aquello que se podía escribir:
aquello que podía meterse en el lenguaje,
aquello que podía ponerse por escrito.
Me acuso porque
¿qué importancia tiene, qué valor añade
escribir lo escribible?
Si lo escribí fue
porque podía escribirse.
Así pues, hacerlo no aportó nada.
Nada hizo aflorar,
nada alumbró.
Sólo si hubiera escrito algo inescribible
-algo intrasladable,
algo inconvertible en texto, en palabras;
algo irreductible,
algo incapturable en letras y signos-…,
estaría justificado haberlo escrito.
Así pues, me acuso
de escribir tan sólo versos escribibles.
Y no sólo de eso, sino de
creer que escribirlos serviría de algo
y –qué perversión, qué atrocidad-
pretender ¡incluso! que otros los leyeran.
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4 comentarios:
Bueno, traspasar, exceder o rebasar los límites del lenguaje es el desiderátum de todo poeta que se precie. Son pocos los que lo consiguen y esto es la verdadera (o más bien la única) poesía digna de tal nombre. Esto seguramente no sirve para saber dónde están los límites del lenguaje, pero sí sirve para saber dónde NO están.
Claro que nos interesa lo que escribes, Sáiz de Marco, claro. ¿Pretendes que te regalemos la orejilla, amigo? Lo entiendo: necesitamos estar seguros de que hay ojos que nos miran complacidos. Y lanzamos sondas al espacio y sedales en el agua.
No esperes a que cristalice lo inefable en el fondo del alambique, que lo inefable no ha de ser dicho con palabras. Danos la honesta cosecha de tu verso, laborioso pescador de cabotaje, bien arrimadito a los escollos de la costa.
Desde tu esquife puedes oír cómo canta el segador y a la mujer que remienda las redes en el puerto; saludas con la mano al farero... Y ellos te oyen a ti cuando desgranas tus versos, en el bote, mar adentro, pero a tiro de un arpón de ballenero. Y te comprenden.
A mi madre le he encargado
que el día que yo me muera
me entierren con tu retrato
para tenerte a mi vera.
Cuanto mayor es el amor, mayor es la confianza, y mayor el peligro, mayor el desastre. En efecto, depositar confianza absoluta en otro ser humano es de por sí un desastre para ambas partes, puesto que cada persona es un navío que debe seguir su propia ruta, incluso cuando está en compañía de otro barco. Dos embarcaciones pueden navegar juntas hasta el fin del mundo. Pero si se amarran una a la otra en medio del mar e intentan que las gobierne un solo timón, chocarán entre ellas hasta hacerse trizas. Lo mismo sucede cuando un individuo pretende amar a alguien o confiar en alguien de manera absoluta. Los amantes absolutos siempre se hacen trizas entre ellos.
(LAWRENCE)
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