lunes, 18 de mayo de 2015
Dibuja el miedo (por Stephen Spender)
Como abraza un chiquillo a su perro
apretando los brazos sin que lleguen las manos a juntarse
y el tímido animal mira por medio
hacia el aire animal libre de fuera,
así los brazos —roca y tierra— de este puerto
abrazan a este mar sin encerrarlo
y vibra en la rendija hacia el océano
donde nadan delfines y vibran los vapores.
Al claro sol de invierno me siento en la baranda
de un puente; allí mis brazos circundantes
están sobre un periódico y mi mente
vacía está como la piedra que brilla
mientras busco una imagen
(la que está escrita encima) y las palabras (de antes)
que describan los cerros pequeños de Port Bou.
Para un camión enfrente, con frenos que chirrían,
y miro hacia las caras que miran hacia abajo,
milicianos que observan mi diario (francés).
"¿Qué escriben de esta lucha desde la otra frontera?"
Les enseño el diario, pero no pueden leerlo;
quieren sólo la charla y ofrecen cigarrillos.
En sus rostros-bandera encuentra paz la guerra
y las bocas hambrientas de viejas carabinas
rozan los pantalones,
como cañas de hierro oxidado, frágiles y apoyadas.
Envuelta por un paño —abuela en su mantilla—
descansa, tartamuda, una ametralladora.
Gritan; también saludan cuando el camión arranca
hacia el robusto monte, detrás del promontorio.
Pasa un viejo, su boca temblorosa
con tres dientes negros grita "Pom-pom-pom".
Corren detrás los niños; más despacio, las mujeres;
cogiéndose las faldas pasan el horizonte.
Port Bou está ya vacío para ensayar el tiro.
Estoy solo en el puente, en el exacto centro
sobre el río que gotea por la garganta
como era la saliva de aquel viejo.
El centro exacto, solo, como centro de diana.
Y no se mueve nada sobre el fondo de casas de tramoya
salvo algún chucho suelto. Empieza el fuego
por encima del puerto, desde un monte hasta el otro.
Blancas manchas de espuma que en el mar hace el plomo
mientras el eco extiende un latigazo
azotando el costado de los cercanos cerros.
Mis brazos circundantes están sobre el periódico;
mi mente es papel donde cae el polvo y las palabras;
a mí mismo me digo que el tiro es sólo prácticas.
Pero soy el mayor de los cobardes:
y la ametralladora va cosiendo
con aguja, de un lado a otro mis intestinos;
el blanco humo espasmódico y solo de fusiles
dibuja el miedo en blancas puntadas en mi cuerpo.
apretando los brazos sin que lleguen las manos a juntarse
y el tímido animal mira por medio
hacia el aire animal libre de fuera,
así los brazos —roca y tierra— de este puerto
abrazan a este mar sin encerrarlo
y vibra en la rendija hacia el océano
donde nadan delfines y vibran los vapores.
Al claro sol de invierno me siento en la baranda
de un puente; allí mis brazos circundantes
están sobre un periódico y mi mente
vacía está como la piedra que brilla
mientras busco una imagen
(la que está escrita encima) y las palabras (de antes)
que describan los cerros pequeños de Port Bou.
Para un camión enfrente, con frenos que chirrían,
y miro hacia las caras que miran hacia abajo,
milicianos que observan mi diario (francés).
"¿Qué escriben de esta lucha desde la otra frontera?"
Les enseño el diario, pero no pueden leerlo;
quieren sólo la charla y ofrecen cigarrillos.
En sus rostros-bandera encuentra paz la guerra
y las bocas hambrientas de viejas carabinas
rozan los pantalones,
como cañas de hierro oxidado, frágiles y apoyadas.
Envuelta por un paño —abuela en su mantilla—
descansa, tartamuda, una ametralladora.
Gritan; también saludan cuando el camión arranca
hacia el robusto monte, detrás del promontorio.
Pasa un viejo, su boca temblorosa
con tres dientes negros grita "Pom-pom-pom".
Corren detrás los niños; más despacio, las mujeres;
cogiéndose las faldas pasan el horizonte.
Port Bou está ya vacío para ensayar el tiro.
Estoy solo en el puente, en el exacto centro
sobre el río que gotea por la garganta
como era la saliva de aquel viejo.
El centro exacto, solo, como centro de diana.
Y no se mueve nada sobre el fondo de casas de tramoya
salvo algún chucho suelto. Empieza el fuego
por encima del puerto, desde un monte hasta el otro.
Blancas manchas de espuma que en el mar hace el plomo
mientras el eco extiende un latigazo
azotando el costado de los cercanos cerros.
Mis brazos circundantes están sobre el periódico;
mi mente es papel donde cae el polvo y las palabras;
a mí mismo me digo que el tiro es sólo prácticas.
Pero soy el mayor de los cobardes:
y la ametralladora va cosiendo
con aguja, de un lado a otro mis intestinos;
el blanco humo espasmódico y solo de fusiles
dibuja el miedo en blancas puntadas en mi cuerpo.
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4 comentarios:
No hay médico para el miedo.
(proverbio escocés)
Aunque me duela, salga la muela.
Jesús asciende
cual Supermán volando...
Algo no cuadra.
(RAFAEL BALDAYA)
Pensar es tropezar y, en lugar de lamentarse, sorprenderse.
(GREGORIO LURI)
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