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viernes, 18 de septiembre de 2015

De río desbordado (por José Manuel Benítez)


Ahora pulsa el canalón

y la nota metálica percute

en algún olvidado sentimiento de culpa.


Tan sólo yo la oigo.


Avanzo un paso más y me sorprende

un rumor de corriente subterránea.


(Una mano rasando un arpa.)


Y luego soy yo mismo el instrumento,

y suenan en mi espalda las notas en sordina

de un pizzicato tenue,

mientras la calle entera alza su canto unánime de río desbordado.


Me he cruzado con hombres embozados

que venían, quizá, de apalear a un mendigo

o de robar un banco.


A esa mujer la tela de la falda

se le ciñe a los muslos

como los pliegues de una túnica

al cuerpo de una estatua.


Mi deseo resbala entre las piernas.

La ciudad se deshace.

Como ropa mojada

pesan sus injusticias sobre mí.


Suena un redoble de tambor.

Y no me canso de escucharte,

ensimismada multiinstrumentista,

lluvia.

7 comentarios:

Cide Hamete Benengeli dijo...

En la Iglesia manda el papa,
en la tropa el capitán,
y yo mando en mi casita
cuando mi mujer no está.

ORáKULO dijo...

Es más difícil rehuir las viejas ideas que recibir las nuevas.

Cide Hamete Benengeli dijo...


Yo no sé qué diablos
los dos tenemos,
que cuanto más reñimos
más nos queremos.

ORáKULO dijo...

Complicar es más fácil que simplificar.

casa de citas dijo...

Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.

(ANTONIO PORCHIA)

Lloviendo amares dijo...

Feliz el que de pleitos alejado

deja pasar las horas

viendo cómo se van las nubes por el cielo.



Feliz aquel que sabe conformarse

con lo que dan los días,

leve, menor, oscuro y suficiente.



Feliz el que en la ausencia

también encuentra un mundo.

Feliz aquel que siente la vida como un sueño.



Feliz, si no envidiara a los que son reales,

a los que duermen juntos,

a los que saben, a los que se arriesgan.

(JOSÉ CEREIJO)

Fuego de palabras dijo...

Siempre aspiré a que mis palabras,

las que llevo al papel,

continuasen llorando

–de pena, de felicidad, de desesperanza,

al fin todo es lo mismo–,

porque yo las había llorado antes;

antes de que desembocasen en el papel blanquísimo,

en el papel deshabitado, que es el morir.

Dejarían en él los ecos asordados empañados,

de lo que tuvo vida.

(JOSÉ HIERRO)