Ahora pulsa el canalón
y la nota metálica percute
en algún olvidado sentimiento de culpa.
Tan sólo yo la oigo.
Avanzo un paso más y me sorprende
un rumor de corriente subterránea.
(Una mano rasando un arpa.)
Y luego soy yo mismo el instrumento,
y suenan en mi espalda las notas en sordina
de un pizzicato tenue,
mientras la calle entera alza su canto unánime de río desbordado.
Me he cruzado con hombres embozados
que venían, quizá, de apalear a un mendigo
o de robar un banco.
A esa mujer la tela de la falda
se le ciñe a los muslos
como los pliegues de una túnica
al cuerpo de una estatua.
Mi deseo resbala entre las piernas.
La ciudad se deshace.
pesan sus injusticias sobre mí.
Suena un redoble de tambor.
Y no me canso de escucharte,
ensimismada multiinstrumentista,
lluvia.
7 comentarios:
En la Iglesia manda el papa,
en la tropa el capitán,
y yo mando en mi casita
cuando mi mujer no está.
Es más difícil rehuir las viejas ideas que recibir las nuevas.
Yo no sé qué diablos
los dos tenemos,
que cuanto más reñimos
más nos queremos.
Complicar es más fácil que simplificar.
Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.
(ANTONIO PORCHIA)
Feliz el que de pleitos alejado
deja pasar las horas
viendo cómo se van las nubes por el cielo.
Feliz aquel que sabe conformarse
con lo que dan los días,
leve, menor, oscuro y suficiente.
Feliz el que en la ausencia
también encuentra un mundo.
Feliz aquel que siente la vida como un sueño.
Feliz, si no envidiara a los que son reales,
a los que duermen juntos,
a los que saben, a los que se arriesgan.
(JOSÉ CEREIJO)
Siempre aspiré a que mis palabras,
las que llevo al papel,
continuasen llorando
–de pena, de felicidad, de desesperanza,
al fin todo es lo mismo–,
porque yo las había llorado antes;
antes de que desembocasen en el papel blanquísimo,
en el papel deshabitado, que es el morir.
Dejarían en él los ecos asordados empañados,
de lo que tuvo vida.
(JOSÉ HIERRO)
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