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martes, 17 de mayo de 2016

De un lugar (por Wallace Stevens)


Los niños que recogen nuestros huesos

nunca sabrán que éstos fueron una vez

tan rápidos como los zorros en el monte;

y que en otoño, cuando las uvas

hacen al aire agrio más agrio con su olor,

ellos tenían un ser, un aliento congelado;


y nunca han de adivinar que con nuestros huesos

dejamos mucho más, dejamos la todavía

apariencia de las cosas y dejamos los sentimientos


hacia lo que vimos. Las nubes de la primavera vuelan

sobre la mansión cerrada,

más allá de nuestra cerca y del cielo airoso


plañe una docta desesperanza.

Conocimos por mucho tiempo la apariencia de la mansión

y lo que dijimos sobre ella se ha convertido


en parte de lo que ahora es… Niños,

que todavía tejen guirnaldas como aureolas

hablarán nuestro lenguaje sin saberlo,


dirán de la mansión que parece

como si el que vivió ahí hubiera dejado

un espíritu atormentado en las paredes vacías,


una casa sucia en un mundo sin entrañas,

un jirón de sombras que despunta en blanco,

manchado con el oro del opulento sol.

6 comentarios:

casa de citas dijo...

En tanto que no dejes de subir, no cesan las escaleras. Crecen hacia arriba, debajo de tus pies que suben.

(KAFKA)

TóTUM REVOLùTUM dijo...

Le pregunté a un economista su número de teléfono y me contestó... con una previsión.

ORáKULO dijo...

Clásico es lo que nunca está de moda y por eso nunca pasa de moda.

Anónimo dijo...

Pero quién coño es Felisuco?

batiBURRILLO dijo...


¿Qué hace falta para ser feliz? Un poco de cielo azul encima de nuestras cabezas, una tibia brisa y la paz del espíritu.


(MAUROIS)

Lloviendo amares dijo...


Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire. El que agradece que en la tierra haya música. El que descubre con placer una etimología. Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez. El ceramista que premedita un color y una forma. Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada. Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto. El que acaricia a un animal dormido. El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. El que agradece que en la tierra haya Stevenson. El que prefiere que los otros tengan razón. Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

(BORGES)