Decir pestes de él tiene, sin duda,
un sólido prestigio literario
-tacharlo de asesino, por ejemplo,
o compararlo con
uno de esos ciclones con nombre de corista
que pasan y que dejan en los telediarios
un paisaje de grandes palmeras derrocadas
y uralitas errantes,
o simplemente lamentarlo a base
de tardes y de otoños en pálidos jardines-,
pero ahora, con la mano en el poema,
os lo confieso: he sido siempre yo
el que salió ganando de todos nuestros tratos.
A cambio de esta luz sabia y serena
con la que la experiencia ilumina las cosas
a mí se me ha llevado
sólo la juventud, ese divino
tesoro que no sirve para nada
-ya lo dijo Mark Twain- puesto en las manos
insensatas de un joven.
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Además tampoco puede quitarnos lo bailao.
Yo de mayor quiero ser joven.
Yo también, Agri.
Hay quien, para ahorrarse el trabajo de tener ideas, tiene ideología.
Yo me iba, mi madre,
a la romería;
por ir más devota
fui sin compañía.
Por ir más devota
fin sin compañía;
tomé otro camino,
dejé el que tenía.
Halléme perdida
en una montiña,
echéme a dormir
al pie del encina.
A la media noche
recordé, mezquina;
halléme en los brazos
del que más quería.
Pesóme, cuitada
de que amanecía
porque yo gozaba
del que más quería.
Muy biendita sía
la tal romería.
El mal que hace uno es de un color que nos ensucia a todos.
(JOSÉ MATEOS)
Parecen mis penas
las olas del mar
porque vienen unas
cuando otras se van.
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