de un sumidero sucio.
Una raíz perdida
que busca apurar todos los jugos,
que quiere aprovechar la savia de los días,
el venenoso y dulce licor de los presentes.
Vive el momento.
Como si acaso hubiera
un solo momento.
Como si fuese sólo
cuestión de desearlo.
Como si no existieran jaulas,
zapatos embarrados que pisotean el suelo.
Si me concentro, sí,
siento que se pasean por mi cuerpo
cientos, miles,
cientos de miles de insectos diminutos
y cada uno me narra una promesa.
Soy una única flor
pero qué multiplicidad del cáliz,
qué variedad de estambres.
Me multiplico para estrujar el tiempo
-carpe diem- y cuántos otros senderos desperdicio,
qué dulzuras malogro,
qué imprevisibles destinos pierdo para siempre.
2 comentarios:
En cada sendero, su atolladero.
No hay atajo sin trabajo.
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