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jueves, 27 de julio de 2017

He viajado (por Fernando Pessoa)



Fue por culpa de un crepúsculo de vago otoño por lo que partí para ese viaje que nunca hice.

El cielo —imposiblemente me acuerdo— era de un resto cárdeno de oro triste, y la línea agónica de los montes, clara, tenía una aureola cuyos tonos de muerte le penetraban, suavizadores, en la astucia de su contorno.

Desde la otra amurada del barco (hacía más frío y era más de noche sobre ese lado del toldo) el océano temblaba hasta donde el horizonte este se entristecía, y donde, poniendo penumbras de noche en la línea líquida y oscura del mar extremo, un hálito de tiniebla flotaba como una niebla en un día de calor.

El mar, me acuerdo, tenía tonalidades de sombra, de mezcla con fugas onduladas de vaga luz —y era todo misterioso como una idea triste en un momento de alegría, profético no sé de qué.

Yo no partí de un puerto conocido. Ni sé hoy qué puerto era, porque todavía no he estado allí. Tampoco, igualmente, el propósito ritual de mi viaje era ir en demanda de puertos inexistentes —puertos que fuesen tan sólo el entrar-hacia puertos; ensenadas olvidadas de ríos, estrechos entre ciudades irreprensiblemente irreales.

Pensáis, sin duda, al leerme, que mis palabras son absurdas. Es que nunca habéis viajado como yo.

¿Partí yo? Yo no os juraría que partí. Me encontré en otras partes, en otros puertos, pasé por ciudades que no eran aquélla, aunque ni aquélla ni ésas fueran ciudades ningunas.

Juraros que fui yo quien partió y no el paisaje, que fui yo quien visitó otras tierras y no ellas las que me visitaron —no puedo hacéroslo.

Yo que, no sabiendo lo que es la vida, no sé si soy yo quien vivo o si es ella quien me vive (tenga este verbo «vivir» el sentido que quiera tener), seguro que no iré a juraros nada.

He viajado. Creo inútil explicaros que no llevé ni meses, ni días, ni otra cantidad cualquiera de cualquier tiempo viajando. Viajé en el tiempo, es cierto, pero no del lado de acá del tiempo, donde lo contamos por horas, días y meses; fue del otro lado del tiempo por donde yo viajé, donde el tiempo no se cuenta con una medida.

Transcurre, pero sin que sea posible medirlo.

Es como más rápido que el tiempo que hemos visto vivirnos. Me preguntaréis a vosotros, seguro, qué sentido tienen estas frases. Nunca erréis así.

Despedíos del error de preguntar el sentido a las cosas y a las palabras. Nada tiene un sentido.

¿En qué barco hice ese viaje? En el vapor Cualquiera. Os reís. Yo también, y de vosotros tal vez. ¿Quién os dice, y a mí, que no escribo símbolos para que los comprendan los dioses?

No importa. Partí por el crepúsculo. Tengo todavía en el oído el ruido férreo de alzar el ancla a vapor. En el soslayo de mi memoria se mueven todavía lentamente, para entrar por fin en su posición de inercia, los brazos del guindaste de a bordo que hacía horas había abrumado a mi vista de continuos cajones y barriles.

Éstos rompían súbitos, cogidos alrededor por una cadena, de por cima de la amurada donde tropezaban, arañando, y después, oscilando, se iban dejando empujar, empujar, hasta quedar por encima de la bodega, hacia donde, súbitos, bajaban, hasta, con un choque sordo de madera, llegar aplastantemente a un lugar oculto de la bodega.

Después sonaban allá abajo al desatarlos; en seguida subía sólo la cadena agitándose en el aire, y volvía a empezar todo, como inútilmente.

¿Para qué os cuento yo esto? Porque es absurdo estar contándoslo, visto que es de mis viajes de lo que dije que hablaría.

He visitado Nuevas Europas, y Constantinoplas otras han acogido a mi llegada velera en Bósforos falsos. ¿De llegada velera os espantáis?

Es como lo digo, así mismo. El vapor en que partí llegó hecho un barco de vela al puerto.


Que esto es imposible, decís. Por eso me ha sucedido.

Nos llegaron, en otros vapores, noticias de guerras soñadas en Indias imposibles.

Y, al oír hablar de esas tierras teníamos inoportunamente añoranzas de la nuestra, dejada tan atrás, quién sabe si en aquel mundo.




9 comentarios:

Pablo M dijo...

A los grandes poetas el idioma, portugués o cualquier otro, se les queda pequeño. Aquí el poeta se expresa en pessoano, y por eso la sintaxis parece obedecer a otras reglas.

casa de citas dijo...

Si no sabemos qué es una cosa, mucho menos podremos saber cómo es.

(PLATÓN)

Aldonza Lorenzo dijo...

Lo que tú aborreces, otro lo apetece.

F. dijo...

Para mis colegas de Zumo, algo que comparto en otro blog con predigrí:

NOCHE DE FADOS.

Perdí sus buenos veinte minutos antes de reparar en que me había confundido de cola: aquella era la del los pastéis de nata de Belém y yo quería saludar a Camões y a Pessoa. Lo hice y luego volví a salir al sol aniquilante: la cola de los pastéis doblaba hacia el Jardim Botánico. Caminé hasta los Cais do Sodré y de allí a la boteginha del gouveiense amable. Sentí en el trasero el calor hemorroidal de Pessoa al sentarme en la butaca aquella embutida en una mesa en cuyas aguas de castaño aún se conservaba -algo desleído pero visible por debajo de un círculo de vidrio- el borrón autógrafo que dejó dom Fernando cuando escribía una de aquellas cartas disparatadas a su extraña novia: “Ofélia, Ofelinha...”. Me lo jura y perjura un mozalbete que no pasará de los veinte, con el aplomo de quien estaba allí cuando aconteció el derrame estilográfico.
Almorcé en las estribaciones del Barrio Alto, en un buen figón de fados vespertinos. Le di palique al hostelero que resultó ser el suntuoso cantor de las noches y me adornó al café con unos fados de Coímbra que, como todo el mundo sabe, los canta siempre un hombre y se acompaña de una guitarra de aquella tierra que -y pido disculpas por proseguir con obviedades- tiene la peculiaridad de que remata el clavijero con una especie de lágrima lanceolada.
Otros fueron los fados de la noche, a la sombra lunar de San Roque, en un antro abovedado de ladrillo que es de los pocos que restaron intactos después del terremoto. Bien cerca queda el cascarón del Convento do Carmo, que atestigua de la violencia del seísmo. Y otros distintos fueron aquellos fados... Una moza guapa y enlutada -amalia y cobre-, de voz grave y con un especial desgarro en las erres, nos enfrentó a los presentes con los enigmas del ensimismado afro-fantasma que llevan dentro algunos-muchos portugueses. Un varón joven atenorado y uno viejo abaritonado (con perdón) fueron después y cerró otra guapa de luto, esta de voz de terciopelo. Ginja de Óbidos y un gintónic apátrida me hidrataron la soirée.
Una bajada vertiginosa en uno de esos taxis centrífugos de Lisboa, me situó en minutos en el Terreiro do Paço. Del fondo de la Rua Augusta venía un clamor de reyerta callejera. Me quedé tranquilo al conocer que eran españoles que gozaban del frescor de la noche, sentados en la terraza de un café de la Baixa.
No vendrá a cuento este cuenterete pero me hablan de algo que tenga que ver con Lisboa y me embarga una saudade hiperactiva.

Sandra Suárez dijo...

F, dan ganas de irse ya mismo a Lisboa, al café La Brasileira, a la Rúa dos Douradores... Fernando y sus heterónimos pillados " en flagrante delitRo".

Sólo estuve una vez, hace muchos años, y aún no era fan de Pessoa. Así que tengo que volver y lo haré pronto.

Lo digo en serio: Menos mal que nos queda Portugal.

Sandra Suárez dijo...

Por cierto, F. ( y demás lectores ). Si no habéis leído "Sostiene Pereira", de Antonio Tabucchi, ya lo estás pillando. Lisboa, agosto 1938. Con eso está dicho todo. (También "El año de la muerte de Ricardo Reis" de Saramago; y los "libros de crónicas" de António Lobo Antunes.) Para amantes de Lisboa.

F. dijo...

Hola, Sandra. Esto que acabas de leer es verídico (menos una buena parte) y corresponde a unos días que pasé en Lisboa el mes pasado. Lo del fado, la verdad de la Biblia. Y lo de la ridícula cola ante la confitería, casi. Lo de dom Fernando, menos aún.
Lisboa es una ciudad que deja impronta en quien la visita. Fíjate que yo la he visto evolucionar por bastantes años y, pese a la natural erosión de entidad propia que significa adoptar mercados y costumbres foráneos, conserva su noble aire portugués antiguo. Pero lo mejor, sus gentes.
Beso.

F. dijo...

Menos lo de Lobo Antunes, tengo en casa los otros dos títulos.

ORáKULO dijo...


Cada salida es una entrada a otro lugar.