Me dejé ir, lo tomé en marcha y no supe nunca
se me aflojó el estómago y me zumbaba la cabeza:
yo creo que era el aire frío de los muertos.
No sé. Me dejé ir, pensé que era una pena
acabar tan pronto, pero por otra parte
escuché aquella llamada misteriosa y convincente.
O la escuchas o no la escuchas, y yo la escuché
y casi me eché a llorar: un sonido terrible,
nacido en el aire y en el mar.
Un escudo y una espada. Entonces,
pese al miedo, me dejé ir, puse mi mejilla
junto a la mejilla de la muerte.
Y me fue imposible cerrar los ojos y no ver
aquel espectáculo extraño, lento y extraño,
aunque empotrado en una realidad velocísima:
miles de muchachos como yo, lampiños
o barbudos, pero latinoamericanos todos,
juntando sus mejillas con la muerte.
4 comentarios:
La injusticia hace hervir la sangre de los jóvenes. Pero la rabia hay que organizarla, pues de lo contrario se devora inútilmente a sí misma.
No se puede cambiar el mundo de cualquier manera. Hay que pensar la forma menos dolorosa, pues si no (pienso en la guerrilla colombiana, la separatista y asesina eta, sendero luminoso, tupamaros...) no vale la pena.
A la arena pídele mi primer paso, resúmenes
de lo que no sabes, como a un cartero. Me
conoce
por el pobre caer y el levantarme tanto.
(JORGE ENRIQUE ADOUM)
Bienaventurado aquel que, de joven, fue joven.
Suele ocurrir que donde los ricos son muy ricos, los pobres son muy pobres.
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