lunes, 30 de agosto de 2010
Canción del emigrado (por Adam Zagajewski)
En ciudades ajenas venimos al mundo
y las llamamos patria, pero breve es
el tiempo concedido para admirar sus paredes y sus torres.
Caminamos de este a oeste, ante nosotros rueda
el gran aro del sol
ardiente, a través del cual, como en el circo,
salta ágilmente un león domado. En ciudades extrañas
contemplamos las obras de viejos maestros
y, sin asombro, en añejos cuadros vemos
nuestros propios rostros. Habíamos existido
antes, e incluso conocíamos el sufrimiento,
nos faltaban tan sólo las palabras. En la iglesia
ortodoxa de París los últimos rusos blancos,
encanecidos, rezan a Dios, varios lustros
más joven que ellos y, como ellos,
impotente. En ciudades ajenas
permaneceremos como los árboles, como las piedras.
y las llamamos patria, pero breve es
el tiempo concedido para admirar sus paredes y sus torres.
Caminamos de este a oeste, ante nosotros rueda
el gran aro del sol
ardiente, a través del cual, como en el circo,
salta ágilmente un león domado. En ciudades extrañas
contemplamos las obras de viejos maestros
y, sin asombro, en añejos cuadros vemos
nuestros propios rostros. Habíamos existido
antes, e incluso conocíamos el sufrimiento,
nos faltaban tan sólo las palabras. En la iglesia
ortodoxa de París los últimos rusos blancos,
encanecidos, rezan a Dios, varios lustros
más joven que ellos y, como ellos,
impotente. En ciudades ajenas
permaneceremos como los árboles, como las piedras.
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6 comentarios:
Costumbre es de todos los villanos tirar la piedra y esconder la mano.
El más sabio es el que menos tarda en conocer sus errores y en rectificarlos.
(VOLTAIRE)
Buen amigo y buen abril, uno entre mil.
No hay regla sin excepción. Ni siquiera ésta.
Me quisiste y yo te quiste,
me olvidaste y te olvidé.
Los dos tuvimos la culpa,
yo primero y tú después.
Ni el Padre Santo de Roma
hiciera lo que yo he hecho:
dormir contigo una noche
y no tocar yo tu cuerpo.
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