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miércoles, 29 de diciembre de 2010

A quién ladran (por Juan Manuel Roca)

Callejean,
escarban los restos del día
como quien acude a un tanatorio:
Perros góticos apaleados en misa,
un domingo raído por la lluvia.
Bogotá duerme al fondo de su hartazgo
y los perros de Nadie
rastrean los días en fuga,
la sombra perdida de un Virrey.
Un niño ata en sus colas de cometa
latas de avena con la efigie de un cuáquero
que no pierde su torva dignidad.
Los perros sin dueño
recorren el centro y el sur de la ciudad,
las zonas donde Nadie tiene su reino de olvidos.
¿A quién ladran en la calle vacía?
¿A quién dirigen sus orejas vacilantes?
Acaso descubran el paso de Nadie,
del que se fue una vez, envuelto en brumas.

9 comentarios:

Aldonza Lorenzo dijo...

Quien quiera la coliflor, quiera las hojas de alrededor.

Cide Hamete Benengeli dijo...

No pienses que estoy muy triste
si no me ves sonreír.
Es solamente despiste:
maneras de vivir.

tERESA pANZA dijo...


Casa sin mujer y barco sin timón, la misma cosa son.

hAiKu dijo...



¿Sin mí, está
completo o incompleto
el infinito?

(RAFAEL BALDAYA)

cajón desastre dijo...


La paciencia es amarga, pero sus fruto son dulces.

(ROUSSEAU)

hAiKu dijo...

Como jilgueros

cantan en sus  andamios

los albañiles.

(MUNÁRRIZ)

Fuego de palabras dijo...

Sé que no hay salvación, pero tampoco sé qué sería la salvación.

(ANA BLANDIANA)

todo está en BORGES dijo...

El tiempo inevitable se divulgaba sobre el inútil tajamar del abrazo.
Prodigábamos pasión juntamente, no a nosotros tal vez sino a la venidera soledad.
Yo iba saqueando el porvenir en tus labios aún no amados de amor.
Nos rechazó la luz: la noche vino con urgencia de grito.
Solicitamos juntos la verja en esa dura gravedad de la sombra que ya el lucero alivia.
Como quien vuelve de una pradería yo volví de tu abrazo.
Como quien sale de un país de espadas volví de tu sollozado querer.
Tarde que se alza como sueño notorio entre la errante soñación de otras tardes.

(BORGES)

cajón desastre dijo...

El premio natural de mi distanciamiento de la vida ha sido la incapacidad, que he creado en los demás, de sentir conmigo. En torno a mí hay una aureola de frialdad, un halo de hielo que repele a los demás. Todavía no he conseguido no sufrir con mi soledad. Tan difícil es conseguir esa distinción de espíritu que permite al aislamiento ser un reposo sin angustia. Nunca he concedido crédito a la amistad que me han mostrado, como no lo habría concedido al amor, si me lo hubiesen mostrado, lo que, además, sería imposible. Aunque nunca haya tenido ilusiones respecto a quienes se decían mis amigos, he conseguido siempre sufrir desilusiones con ellos: tan complejo y sutil es mi destino de sufrir. Nunca he dudado que todos me traicionasen; y me he asombrado siempre que me han traicionado. Cuando llegaba lo que yo esperaba, era siempre inesperado para mí.

(PESSOA)