miércoles, 14 de marzo de 2012
A través de los años (por Tomas Tranströmer)
Oigo caer las piedras que arrojamos,
transparentes como cristal a través de los años. En el valle
vuela la confusión de los actos
del instante, vociferantes, de copa
en copa de los árboles, se callan
en un aire más tenue que el presente, se deslizan
como golondrinas desde una cima
a otra de las montañas, hasta
alcanzar las mesetas ulteriores,
junto a las fronteras del ser. Allí caen
todas nuestras acciones
claras como el cristal
no hacia otro fondo
que el de nosotros mismos.
transparentes como cristal a través de los años. En el valle
vuela la confusión de los actos
del instante, vociferantes, de copa
en copa de los árboles, se callan
en un aire más tenue que el presente, se deslizan
como golondrinas desde una cima
a otra de las montañas, hasta
alcanzar las mesetas ulteriores,
junto a las fronteras del ser. Allí caen
todas nuestras acciones
claras como el cristal
no hacia otro fondo
que el de nosotros mismos.
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5 comentarios:
Porque al final somos la suma de nuestros actos. Me gusta eso de que nuestras acciones van cayendo en el mundo y deslizándose por él -como piedras- por las copas de los árboles, por las laderas de las montañas, por las mesetas... Pero en realidad resulta que esas acciones -nuestras acciones- que lanzamos al mundo no las estamos lanzando al mundo, no las estamos proyectando al exterior, sino que a donde las estamos enviando es a nosotros mismos: al fondo de nosotros mismos.
Bueno, tal vez esto suponga desguazar el poema, quitarle su magia de palabras poéticas para expresarlo de forma prosaica, pero, claro, es lo que me dice a mí el poema, que no tiene por qué coincidir con lo que a otros, tal vez al propio autor, le diga o sugiera.
Hace frío en la estación transiberiana de Nizhny Nóvgorod. Veo este peazo río que es el Volga y añoro los virginales torrentes de montaña de Redes. Tres días y avanza la nostalgia como mancha de aceite de Baena. Y lo que falta aún para Ulán Ude... Allí, el Transmongólico me ha de bajar a Ulán Bator. Y mi yurta calefactada que me aguarda, después de once meses... Nada como estar en casa. Llego y tomo un batido de leche agria de yegua y un tentempié de khuushuur bien pasadito. Pero pronto me ha de embargar la ausencia y la añoranza de mis abismos particulares, de las brañas y angosturas de la tierra astur. Y de los dry martinis de El Planeta, viendo la arribada de un barco nocturno rezagado, dando luces, que enfila la bocana y echa el ancla.
El bien no suele hacer ruido. El ruido no suele hacer bien.
Aquel día, pues, él conoció una de las formas extrañas de la estabilidad: la estabilidad del deseo irrealizable. La estabilidad del ideal intangible. Él, que era un ser consagrado a la moderación, se sintió por primera vez atraído por lo inmoderado: una atracción por el extremo imposible. En una palabra, por lo imposible. Y por primera vez sintió, en consecuencia, amor por la pasión.
Y fue como si se le curase la miopía y viese el mundo claramente. Fue la visión más simple y profunda que hubiera tenido del Universo donde había vivido y viviría.
(CLARICE LISPECTOR)
LEYENDA (J. L. Borges)
Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen.
Abel contestó:
—¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo; aquí estamos juntos como antes.
—Ahora sé que en verdad me has perdonado —dijo Caín—, porque olvidar es perdonar. Yo trataré también de olvidar.
Abel dijo despacio:
—Así es. Mientras dura el remordimiento dura la culpa.
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