jueves, 11 de abril de 2013
Conversación con una piedra (por Wislawa Szymborska)
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
Quiero penetrar en tu interior,
echar un vistazo,
respirarte.
-Vete -dice la piedra-.
Estoy herméticamente cerrada.
Incluso hecha añicos,
sería añicos cerrados.
Incluso hecha polvo,
sería polvo cerrado.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
Vengo por mera curiosidad.
Sólo la vida permite satisfacerla.
Quisiera pasearme por tu palacio,
y luego visitar una hoja y una gota de agua.
No me queda mucho tiempo.
Mi mortalidad debería ablandarte.
-Soy de piedra –dice la piedra-
Imposible perturbar mi seriedad.
Vete,
no tengo músculos risorios.
Llamo a la puerta de una piedra.
Soy yo, déjame entrar.
Me han dicho que encierras salas enormes y vacías,
nunca vistas y bellas en vano,
mudas, donde nunca han retumbado los pasos de nadie.
Confiésalo: ni tú misma lo sabías.
-Salas enormes y vacías –dice la piedra-.
Pero no hay espacio disponible.
Bellas, quizá, pero no para el gusto
de tus limitados sentidos.
Puedes verme pero nunca catarme.
Mi superficie te da la cara,
pero mi interior te vuelve la espalda.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
En ti no busco refugio para la eternidad.
No soy desdichado.
Ni carezco de techo.
Mi mundo merece el regreso.
Quiero entrar y salir con las manos vacías.
La prueba de haber estado en ti
se limitará a mis palabras
en las que nadie creerá.
-No entrarás –dice la piedra-.
Te falta el sentido de la participación.
Y no existe otro sentido que pueda sustituirlo.
Incluso la vista omnividente
te resultará inútil si eres incapaz de participar.
No entrarás; ese sentido, en ti, es sólo deseo,
mero intento, vaga fantasía.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
No puedo esperar mil siglos
para entrar en tus paredes.
-Si no crees en mis palabras –dice la piedra-,
acude a la hoja, que te dirá lo mismo que yo,
o a la gota de agua, que te dirá lo mismo que la hoja.
Pregunta también a un cabello de tu cabeza.
Estoy a punto de reír a carcajadas,
de reír como mi naturaleza me impide reír.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
-No tengo puerta –dice la piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
Quiero penetrar en tu interior,
echar un vistazo,
respirarte.
-Vete -dice la piedra-.
Estoy herméticamente cerrada.
Incluso hecha añicos,
sería añicos cerrados.
Incluso hecha polvo,
sería polvo cerrado.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
Vengo por mera curiosidad.
Sólo la vida permite satisfacerla.
Quisiera pasearme por tu palacio,
y luego visitar una hoja y una gota de agua.
No me queda mucho tiempo.
Mi mortalidad debería ablandarte.
-Soy de piedra –dice la piedra-
Imposible perturbar mi seriedad.
Vete,
no tengo músculos risorios.
Llamo a la puerta de una piedra.
Soy yo, déjame entrar.
Me han dicho que encierras salas enormes y vacías,
nunca vistas y bellas en vano,
mudas, donde nunca han retumbado los pasos de nadie.
Confiésalo: ni tú misma lo sabías.
-Salas enormes y vacías –dice la piedra-.
Pero no hay espacio disponible.
Bellas, quizá, pero no para el gusto
de tus limitados sentidos.
Puedes verme pero nunca catarme.
Mi superficie te da la cara,
pero mi interior te vuelve la espalda.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
En ti no busco refugio para la eternidad.
No soy desdichado.
Ni carezco de techo.
Mi mundo merece el regreso.
Quiero entrar y salir con las manos vacías.
La prueba de haber estado en ti
se limitará a mis palabras
en las que nadie creerá.
-No entrarás –dice la piedra-.
Te falta el sentido de la participación.
Y no existe otro sentido que pueda sustituirlo.
Incluso la vista omnividente
te resultará inútil si eres incapaz de participar.
No entrarás; ese sentido, en ti, es sólo deseo,
mero intento, vaga fantasía.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
No puedo esperar mil siglos
para entrar en tus paredes.
-Si no crees en mis palabras –dice la piedra-,
acude a la hoja, que te dirá lo mismo que yo,
o a la gota de agua, que te dirá lo mismo que la hoja.
Pregunta también a un cabello de tu cabeza.
Estoy a punto de reír a carcajadas,
de reír como mi naturaleza me impide reír.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
-No tengo puerta –dice la piedra.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Este poema de la gran poeta polaca lleva a pensar sobre cómo es el no ser, la inexistencia, la nada. No podemos imaginarlo. Y es muy curioso, porque en realidad todos hemos sido nada. Todos hemos sido no ser. Hasta el momento de nuestra concepción éramos nada. Éramos inexistencia. Lo que pasa es que cuando éramos nada (o sea, cuando no éramos) no teníamos cerebro y por tanto carecíamos de memoria, con lo cual nos resulta imposible recordar cómo era no ser. Pero bueno, dentro de unos añitos, con ayuda de doña Guadaña, lo experimentaremos de nuevo.
Por eso a los que no se apiadan, a quienes no les cala la desgracia de los otros, a los ensimismados en su propia mismidad, se dice de ellos que... tienen un corazón de piedra.
Se acaba de morir un corazón británico de piedra, de una dureza comparable a la del crómlech de Stonehenge, o a la de los menhires de Cornualles. No es cierto, pues, que no latan los corazones de piedra. Lo hacen, y con su maldad sistólica son más letales que la piedra de la honda de David.
Piensan que hay pocas
fronteras en el mundo
y quieren otra.
(RAFAEL BALDAYA)
Que la vaca sea negra no le impide dar leche blanca.
(proverbio namibio)
Publicar un comentario